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sábado, 18 de enero de 2014

Nomofobia


Como tantos otros, el término nomofobia, que no homofobia aunque puedan estar relacionados, acaba de ser introducido oficialmente en nuestras vidas.

La palabreja deriva, (¡cómo no!) de la expresión inglesa no-mobile-phone-phobia, es decir, y resumiendo: pánico a quedarse sin los servicios del móvil. El asunto, de momento ni siquiera ha sido considerado por las autoridades psiquiátricas internacionales como un trastorno psicológico menor, ni siquiera como una adicción, sino simplemente como un fenómeno social de nuestro tiempo. Según otros estudios, la nomofobia debería ser entendida como una reacción desproporcionada ante el miedo a quedarse sin la ingente cantidad de servicios que, en aumento cada día, nos ofrecen estos dispositivos.

En nuestro país, y de acuerdo a recientes estadísticas, más del 60% de los usuarios de las últimas generaciones de dispositivos móviles inteligentes, presentarían nomofobia en mayor o menor grado. Alguno de los encuestados revelaron que quedarse sin el móvil les llega a producir ansiedad, irritabilidad e incluso pánico. En esos casos habría que considerar que ese llamado, hoy por hoy, fenómeno social dejaría de serlo para entrar de lleno en alguno de los epígrafes que clasifican los trastornos psicológicos de tipo menor e incluso los casos más graves podrían clasificarse como síndrome de abstinencia.

En el Reino Unido la tasa de nomofóbicos en edades comprendidas entre 18 y 25 años se calcula en el 85% para los varones y en el 96% para las mujeres. Paradójicamente, sólo un 2% utilizan el dispositivo móvil para hablar por teléfono. La mayoría se sirven de servicios gratuitos como el whatsApp y similares, estimándose en más de treinta las consultas efectuadas a lo largo del día. Redes sociales, como twitter, facebook o linkedin, accesibles a través del móvil, han venido a complicar aun más este curioso fenómeno de nuestros días. Las agrupaciones formadas en redes por miembros cada vez más numerosos y activos están incrementando peligrosamente este nuevo y adictivo fenómeno social.

Si usted es de los que va al baño con el móvil, lo deja celosamente a su alcance cada noche, es capaz de deshacer un largo camino andado porque lo olvidó en casa, lo deja en modo vibración cuando va al cine  o al teatro y lo consulta continuamente, está claro, que usted, como tanta gente, es una víctima más de la nomofobia. 

lunes, 13 de enero de 2014

¿Cómo es el lector que utiliza un eBook?



En mi post anterior; “Un patético análisis de los best sellers” (http://joseluispalmabooks.blogspot.com.es/2014/01/un-patetico-analisis-cientifico-de-los_11.html) hice referencia al pintoresco estudio de un grupo científico americano que pretendió descifrar las claves de lo que continúa siendo un enigma irresoluble: ¿Cómo se fabrica un best seller?”

Entre los comentarios recibidos ha habido uno, a través de TW, remitido por la excelente escritora Paloma Caraballo quien me dice lo siguiente: “Me temo que el lector de Amazon difiere bastante del lector de Anagrama, pronto se acercarán posturas, espero”. Inmediatamente le respondí: “No entiendo las diferencias, Paloma. ¿Dónde las ves tú?” A lo que ella respondió: “En Amazon se vende principalmente lectura de entretenimiento. Hay editoriales que ni siquiera exponen ahí a sus autores”.


Quedé, al principio, perplejo pero de inmediato este breve diálogo me condujo a la pregunta obligada: “¿Qué habrá querido decir, Paloma, marcando esas diferencias y que luego explica matizando tendencias y gustos literarios en función de una descarga con fines más bien lúdicos (entretenimiento) frente a otros que sólo buscan en el papel la excelencia literaria? Traté entonces de estructurar mentalmente cuatro tipos de lectores a los que denominé de esta forma:

a): Los ebookfilos, que son aquellos que por comodidad, usura lectora (en un eBook caben cientos de libros transportables) o escasos de recursos económicos buscan en amazon descargas de cualquier género y temática, a buen precio.
b): Los papirófilos, que serían aquellos que sólo les place la lectura cuando lo hacen en papel y en el formato que convencionalmente ofrecen las editoriales de siempre y a los que “románticamente” el papel les evoca emociones intelectuales insustituibles y únicas.
c): Los mixtos (entre los cuales me incluyo) que serían los que se sienten cómodos leyendo en cualquiera de los formatos anteriores con independencia de gustos, tendencias y preferencias. Aquí podríamos introducir dos subgrupos: Los mixtos E, que por comodidad prefieren el eBook y los mixtos L que por hábitos adquiridos se sienten más a gusto con un pesado libro de ochocientas páginas en las manos.
d:) Finalmente, y fuera de rango, estarían los iletrados que serían esos extraños bípedos implumes que por no leer no leen ni las letras del karaoke.

No estoy de acuerdo con los planteamientos de Paloma. Para empezar, Amazon no es una editorial al estilo de Anagrama, sino una gigantesca librería de ámbito universal donde libremente publican sus obras autores noveles, experimentados, conocidos, indies, famosos, consagrados, premiados con el Nobel o el Pulitzer, ignorados, poetas, científicos, narradores de cuentos y fábulas y hasta mediopensionistas. 


Vista la magnitud del negocio y el tamaño del escaparate (en cierto modo asilvestrado y un punto descontrolado), las grandes editoriales están subiendo obras destacadas de sus autores más famosos para utilizar esta plataforma como un canal más de venta porque ya se sabe lo que ocurre cuando el río baja revuelto. 

Desde Amazon, por el gusto de leerlos y llevarlos almacenados en mi kindle, me he descargado a precio reducido obras de tanta fama universal como El Quijote, Hamlet, La Divina Comedia, las últimas publicaciones de Murakami, Imre Kertész o García Márquez y todas las Sonatas de Valle-Inclán, por tan sólo citar algunas.



Yo interpreto que lo que Paloma ha querido decir, refiriéndose a los géneros, es que en Amazon las novedades más predominantes suelen ser novelas de corte romántico o erótico (son también las que más venden) pero que aún siendo verdad lo anterior, no sería justo catalogar de “entretenimiento” ninguna novela en función del género al que haya sido adscrita. Hay sesudos ensayos filosóficos, en papel, que son para bostezar, sombras en número de cincuenta para echarse a llorar, historias noveladas óptimas para tergiversar conceptos que se creían sólidos y, en fin, novelas románticas o eróticas que tienen una innegable calidad literaria. En Amazon, como en botica, hay de todo y para todos.

Gracias a Amazon muchos autores como Paloma Caraballo, como yo y como muchísimos más, podemos ver cómo nuestras obras se exponen, a coste cero y con absoluta libertad de manipulación para la mejora, en la librería virtual más grande del mundo y en qué medida nos satisface, como padres de la criatura, cuando verificamos que hay lectores que las descargan, las leen, nos envían sus comentarios y nos permiten lo que hasta hace poco era impensable: mantener con ellos un intercambio de opiniones con la frescura y la celeridad que proporcionan, para bien y para mal, las redes sociales.

Si Jeff Bezos, con una providencial visión comercial, no hubiese creado Amazon en 1996, otros, seguramente, no hubiésemos tenido más remedio que inventarla. 
Pero fue él quien, en el garaje de su casa de Seattle y a partir de una primitiva librería on line llamada cadabra.com, puso, con la ayuda de tres modestos servidores, la primera piedra para construir el emporio librero más grande de nuestros días. Era justo que esto ocurriera. Desde hacía demasiado tiempo el alcanforado mundo editorial no hacía otra cosa que poner el nudo corredizo con tanta saña sobre el cuello de los escritores que, al final, esa misma soga acabó por enredarse fatalmente en su cogotes. ¿De dónde salió la soga? Pues de un modesto garaje doméstico americano que es donde, habitualmente, se gestan los grandes proyectos tecnológicos de nuestro tiempo. Espero el día en que pueda comprarme uno para que venga a rescatarme de mis penurias una idea de éxito.

Gracias, Paloma, por tus estimulantes y polémicos comentarios con los que si no estoy en sintonía no desmerecen los aciertos de tus personales puntos de vista sobre los perfiles de los lectores de nuestro tiempo. Un saludo muy cordial, amiga.

sábado, 11 de enero de 2014

Un patético análisis científico de los bestseller.


Desde que el hombre tuvo conciencia de sí mismo no ha dejado de hacerse preguntas. Muchas ya obtuvieron su adecuada y acertada respuesta; desde la explicación científica del rayo, las oscilaciones de las mareas o el ritmo de las estaciones climáticas. Hay, sin embargo, otras que están aun pendientes de resolución. 
Una de ellas, de alto valor estratégico para los escritores, es conocer al detalle dónde se esconde el secreto (o los secretos) para que una novela llegue a constituirse en lo que ha venido en denominarse un bestseller, es decir, en una obra de alcance universal por el extraordinario interés que suscita entre los lectores. Todo un enigma para el que, por ahora, no hay una respuesta contundente.
Recientemente, unos científicos americanos, sin duda muy aburridos, se han sacado de la chistera un pintoresco algoritmo para dar respuesta a la enigmática pregunta: ¿Cómo se fabrica un bestseller? El análisis "científico" de este curioso trabajo peca de errores metodológicos de bulto. En primer lugar, porque analizan obras heterogéneas de todos los tiempos, en segundo, porque introducen variables analíticas no contrastadas ni contrastables, después, porque no efectúan un test doble ciego frente a grupos diversos de lectores ni tampoco randomizan las variables del estudio, no efectúan análisis estadísticos siguiendo los estándares matemáticos habituales y, sobre todo, porque no tienen en cuenta los gustos y tendencias de los lectores a escala planetaria. Además, el análisis se circunscribe a 800 obras cuando en un país como España el número de libros anualmente publicados supera los 55.000 lo que casuísticamente deja al trabajo con el culo al aire. Pero, en fin, salvando estas nimiedades lo divertido del estudio son sus pintorescas conclusiones. Y así; dicen que el volumen, es decir el número de palabras o el de páginas del tocho, es uno de los factores determinantes del éxito. 
El Quijote o Los pilares de la Tierrra (por su tamañoson pruebas concluyentes para sustentar las tesis de los investigadores mientras que “obritas” como Carta a una desconocida de Stefan Zweig, de apenas 150 páginas, o El niño con el pijama de rayas, que llegó a vender dos millones de ejemplares, no son sino excepciones que confirman la regla y para lo que no encuentran una explicación razonable en su relación éxito/tamaño. Se podría pensar que para estos sesudos investigadores de éxitos, el tamaño no sólo importa, sino que la gente prefiere El libro gordo de Petete a El extranjero de Albert Camus, de unas 120 páginas.
Consideran que la temática, aun estando mal escrita, está por encima de la técnica narrativa. El lector actual, dicen, prefiere la economía en el uso de verbos, adjetivos y gerundios y agradece el uso prolijo de puntos seguidos, y puntos aparte, encajen o no en el contexto. No hacen referencias expresas al impacto que produce en el lector el desarrollo clásico de la trama, es decir;  planteamiento, nudo y desenlace pero, visto lo anterior, esto carecería significado estadístico.
Según ellos, las técnicas sabuesas empleadas hasta ahora por las editoriales, obsesionadas con la caza del bestseller son, a todas luces, erróneas. Dicen que carecen de olfato para detectar el autor o la obra de posible éxito. Y puede que en ese aspecto haya que darles la razón. Cien años de soledad, por ejemplo, anduvo rodando diez años de editorial en editorial hasta que una sagaz agente literaria como Carmen Balcells consiguió que se publicara. 
Esta novela del genial García Márquez fue considerada como de una de las 100 mejores del pasado siglo XX, habiéndose publicado 300 millones de ejemplares traducidos a 35 idiomas. Lo mismo podría decirse de Harry Potter y la piedra filosofal, escrita en una cafetería por una perfecta desconocida y despectivamente rechazada por varias editoriales. Si editorial Planeta hubiera olfateado los aromas de éxito que desprendía la tinta del original de El Código Da Vinci hoy sería toda vía más rica de lo que es.
Y si embargo, el misterio continúa indescifrable porque hay bestsellers que a pesar de tener unas críticas muy desfavorables se siguen vendiendo como rosquillas. El ejemplo paradigmático es la saga de las Cincuenta sombras de Grey una obra que, a juicio de los críticos, no sólo está muy mal escrita sino que las acciones que se desarrollan en la novela son de una zafiedad asombrosa. 
Más cercano a nosotros, el éxito de El tiempo entre costuras no era imaginable para sus editores y mucho menos para su autora; una novela de acciones casi siempre predecibles aunque, en ocasiones, lo rocambolesco de algunas situaciones le confieran un punto de inevitable incredulidad.  Su suntuosa adaptación en formato de serie televisiva ha logrado una audiencia máxima que ha multiplicado sus ventas de una manera extraordinaria, cuando las críticas literarias, por el contrario, la han clasificado como "pasable".
Queda, por otra parte, claro, que la trascendencia mediática del autor, metido circunstancialmente a escritor, es uno de los indiscutibles factores necesarios para fabricar un bestseller. Cuando esto escribo, Ambiciones y Reflexiones, de Belén Esteban o si ustedes lo prefieren de Boris Eizaguirre, ocupa el primer lugar en el ranking de ventas en nuestro país con más de cien mil ejemplares vendidos en su primer mes, mientras que magníficos autores, perfectamente desconocidos, se ven obligados a recurrir a la autoedición por el simple placer de ver publicada su obra y que así pueda ser leída por unos extraños y curiosos lectores empeñados en descubrir a los auténticos e ignorados talentos en el arte de juntar palabras.
Es posible que en un futuro no muy lejano se implementen aplicaciones para smartphones con la idea de guiar a escritores y lectores sobre cómo deben escribir unos y cómo pueden otros comprar bestsellers, con calidad literaria. Tampoco resultaría extraño que, al igual que ya existen programas informáticos para componer música, se instrumenten otros para escribir novelas, automáticamente. Todo se andará. Si un día desaparecieron los telegrafistas y pronto los carteros, no sería extraño que los buenos escritores acabaran también por tirar la toalla; la pluma en este caso.
Si Platón refiriéndose a Sócrates dijo hace siglos: “sólo sé que no sé nada” no creo que anduviese pensando en los enigmáticos resortes que hacen de una obra literaria un bestseller pero, desde luego, con análisis como los llevados a cabo por ese pintoresco grupo de presuntos científicos americanos seguiremos sin saber dónde radica el secreto del éxito.


sábado, 4 de enero de 2014

Albert Camus: La búsqueda infructuosa de la felicidad


Hoy 4 de enero se cumplen 74 años del fallecimiento, en un desgraciado accidente de automóvil, de uno de los grandes pensadores del pasado siglo XX: Albert Camus.

Si Sartre fue el referente de la conciencia social, Camus lo es de la dignidad humana. En la mayoría de sus famosas obras quedó patente la angustia de su propia existencia que trató de transmitir a sus congéneres sin presión alguna. Para él la libertad individual y colectiva era principios filosóficos inherentes a la condición humana, sin posibilidad alguna de negociación. Sus escritos están impregnados del marchamo indeleble de los auténticos sentimientos que emocionan al hombre. Sin él y sin su obra las sacudidas del siglo más convulso de toda la Historia de la Humanidad serían difícilmente comprensibles.

No sería fácil entender la trayectoria de su pensamiento filosófico y de su carrera literaria sin el apoyo que confiere la solidez de sus principios tanto éticos como estéticos. “No existe la felicidad, dejó dicho, sino la voluntad de ser feliz” y añadía: “Sin cultura y libertad la sociedad no es otra cosa que una jungla ingobernable”. Para compensar este defecto, en su discurso para la recepción del Premio Nóbel de Literatura, manifestó: “La libertad se redime por el arte que es un medio único para conmover a la mayoría de los hombres al ofrecerles una imagen privilegiada de los sufrimientos y las alegrías comunes”.

Nació un 7 de noviembre de 1913 en Mondovi, en una Argelia colonizada y tiranizada por una Francia prepotente. Hijo de un pied-noir, contaba solo ochos meses de vida cuando su padre cayó en el frente militar de la Gran Guerra del catorce. Poca instrucción pudo recibir de su madre, una argelina procedente de Menorca, sorda y analfabeta, de la que su hijo haría el referente moral de toda su vida. Desde sus primeros años escolares en una discriminatoria enseñanza de un humilde instituto de Argel hasta ganar la máxima gloria de las Letras en Estocolmo en 1957, Camus fue el paradigma de lo que puede alcanzar un hombre que, a pesar de su angustia existencial, consiguió transmitir los sentimientos que hacen del ser humano un ente único e individual. Posiblemente esa infancia humilde y menesterosa lo condujo a la búsqueda constante de una felicidad imposible. A diferencia de Sartre, pensaba que no es posible la felicidad colectiva sin antes haber conseguido la paz y la estabilidad individual. Todas sus obras están impregnadas de este sentido trascendente de la existencia del hombre.

Recorrer la geografía intelectual de Camus es adentrarse en el controvertido y apasionante mundo de sus pensamientos, ideas y sentimientos.  Su filosofía de vida se resume en una frase que aparece en una de sus más célebres obras: El mito de Sísifo, una obra clave para entender el movimiento filosófico del absurdismo: “En el apego de un hombre a la vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo vale tanto como el del espíritu, y el cuerpo retrocede ante la aniquilación. Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar".

Hay que instalarse en el contexto socio-político de su época para entender por qué una persona tan libre como Camus acabó afiliándose al Partido Comunista Francés en 1935, un movimiento que desde sus oscuros inicios negó siempre la libertad individual en pro de un colectivismo devastador. Fue promotor de un  movimiento filosófico bautizado como “absurdismo” en el que, de acuerdo a sus principios, se contenían las claves que ayudan al hombre a soportar la carga de la existencia. Negó reiteradamente formar parte del movimiento existencialista del que, según él, sólo Sartre era el genuino representante de ese controvertido pensamiento francés de mitades del siglo XX.

Leer obras de Albert Camus como La Peste, El Extranjero o El mito de Sísifo (por tan solo citar tres de sus más conocidas) es profundizar en los rincones más confusos de la naturaleza humana cuya razón de ser sólo puede explicarse a través de la angustia que provoca el simple hecho de estar vivo e inmerso en un contexto social en el que el primer “extranjero” afectado por una “peste” incontrolable es el propio hombre que ha dado lugar a ello.

Hoy 4 de enero, aniversario de su absurda muerte prematura (tenía 47 años) es un día muy señalado para homenajear a este singular pensador, leyendo cualquiera de las sobrecogedoras novelas que escribió a lo largo de su corta existencia.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Engendrar un hijo, plantar un árbol, escribir un libro.


Nadie debería salir de este mundo, dicen, sin haber tenido un hijo, plantado un árbol y tener un libro escrito. Yo ya hice estas tres cosas tan importantes y que son, al mismo tiempo, tan distintas entre sí.

Engendrar un hijo es un maravilloso acto de amor y placer. Plantar un árbol, media docena o un pinar entero es un proceso ecológico y lúdico que nos llena de íntima satisfacción. Lo del libro, como ustedes ya saben, es otra cosa.  Pero ¿qué tienen en común estas tres circunstancias que las hacen tan importantes a los ojos de los demás?  Desde mi punto de vista, ninguna.

Todos, en mayor o medida, somos o hemos sido escritores de algo; desde los que de vez en cuando escriben una carta a un pariente lejano, rellenan un pliego de descargo o se ocupan personalmente de redactar su propio testamento. Luego están los otros, los que pasan la mitad de sus vidas escribiendo un “quijote” cada quince días, es decir, los “escritores de verdad”.

Pero del mismo modo que todos los hijos engendrados, con independencia de la raza, son iguales y todos los árboles plantados, con independencia de la especie, son más o menos parecidos, con lo de los libros no ocurre lo mismo: ¡Cuántas diferencias pueden encontrarse entre un libro y otro! Y no hablo del género o la temática sino del mismo autor, pues es bien sabido que el que empuña la misma pluma puede ser muy distinto a la hora de concebir y escribir dos obras diferentes.

A mí me ha pasado. No es que mi producción literaria sea excesiva ni que los géneros que he tocado sean muy diversos, sino que dentro de mis propias tendencias, pongamos por caso la novela de ficción, las posibles conexiones entre un texto y su hermano no tienen nada que ver.

Es cierto que aunque a todos los hijos se les quiera por igual siempre hay uno que suele ser el preferido. Con los libros que he escrito me ocurre lo mismo. Digo esto porque de mis obras publicadas, aquellas que más me gustaron son las que tienen una aceptación más endeble. Por contraste, las que se venden con mayor facilidad son las que a priori yo pensaba que menos éxito tendrían.

Estas vicisitudes podrían llevar a cualquier autor a una reflexión inmediata: Si como escritor no estoy en completa sintonía con mis lectores ¿debería cambiar entonces mis inclinaciones hacia un género distinto al que hasta ahora he trabajado, modificando incluso mi técnica narrativa?

Personalmente, creo que no lo haría jamás. Hacer eso equivaldría a cometer una intolerable deslealtad con uno mismo y, se diga lo que se diga y se piense lo que se piense, las “justificadas” traiciones al propio intelecto se acaban pagando caro.

Yo seguiré como hasta ahora, escribiendo para mí mismo y sin pensar en el lector y al que no le parezca bien que busque por otro lado.

Es posible que ya no tenga más hijos, no es del todo improbable que pueda plantar más árboles pero tengo la certeza de que si continúo escribiendo lo haré como hasta ahora; tan sólo por el placer de volver a hacerlo para mí mismo.  En exclusiva.

¿Y tú escritor, qué opinas?

lunes, 23 de diciembre de 2013

Cuestionario itinerante para escritores


Alguien ha tenido la feliz iniciativa de poner en marcha en la red una cadena de entrevistas a escritores independientes, estructurada en nueve preguntas clave. De esta forma tan directa podremos conocer a muchos autores sobre lo que son y lo que piensan.

La excelente escritora peruana / venezolana Blanca Miosi, autora de más de media docena de bestseller, me ha hecho el honor de pasarme el testigo que tomo con sumo placer. Sus respuestas ya pueden leerse en su blog: http://blancamiosiysumundo.blogspot.com.es/2013/12/jose-luis-palma-preguntas-itinerantes.html?spref=fb

Aquí les dejo mis respuestas. No sé si estarán acertadas o no pero les garantizo que son realmente auténticas.


CUESTIONARIO

¿Cuántas obras tienes publicadas?

Si mal no recuerdo son siete novelas, un libro de ensayo, dos poemarios y un compendio de relatos. Terminada y a punto de ser publicada tengo una novela esperando el momento oportuno para su presentación entre la sociedad de lectores.


2. ¿Autopublicación o editorial?

Esto es como preguntar: ¿Y tú a quién quieres más a papá o a mamá? Pues, a los dos, obviamente. Yo creo que, dadas las actuales circunstancias ambos modelos de edición tienen que convivir, coexistir, complementarse y no tratar de que uno prevalezca sobre el otro. El tiempo colocará a cada cual en su sitio y de un modo, además, natural. Cuantos más medios de difusión de la literatura existan, mejor para todos. Es cierto que la autopublicación allana el camino a muchos escritores para dar a conocer su obra pero la edición en papel, al menos por ahora, seguirá ocupando el lugar que le corresponde aunque esté casi exclusivamente reservada para esos que llaman “autores consagrados”.


3. ¿Planificas las historias al detalle antes de escribirlas o las dejas surgir sobre la marcha?

Siempre hay que partir de un planteamiento inicial para conducir a los personajes y la trama argumental hacia un final más o menos concreto, pero en mi caso jamás he podido cumplir esa hoja de ruta. En casi todas mis novelas los personajes, a partir del folio veinte o treinta, cobran vida propia y lejos de poderlos conducir por donde yo desearía son ellos los que gobiernan mis dedos sobre el teclado del ordenador de forma que, al final, se me desbocan y cada uno toma su propio camino. Son ellos los que deciden cuándo y de qué forma se producirá la resolución de la trama y el final de la novela. Tal vez sea este “misterioso” fenómeno lo que, como escritor, más me fascina.


4. ¿Cómo promocionas tus obras?

Básicamente, a través de las redes sociales de las que twitter es la más eficaz y algo menos Facebook o Google+. Cuando he publicado con editoriales convencionales han sido ellos los que se han encargado de la promoción y de la presentación al público pero el resultado ha sido un poco frustrante; no lo hacen en profundidad, emplean poco tiempo y el escritor tiene la sensación de que es abandonado por sus editores en cuanto la novela cumple su fecha de caducidad que no suele ir más allá de 4 o 6 meses. Ahora me doy cuenta de que una buena autopromoción hace vender más que una editorial convencional, al menos eso ocurre en mi caso y en el de otros muchos escritores amigos entre los que hay autores de bestsellers que venden por millares. La caja de resonancia a nivel planetario que proporcionan las actuales plataformas editoriales como amazon, kobo, smashwords, etc., tiene un factor de impacto infinitamente mayor que cualquier editorial. Hoy por hoy el autor independiente es una especie de extraño hombre orquesta que no sólo debe escribir sus textos sino, además, promocionar, autoeditar, corregir, maquetar, vender, etc., etc.

5. ¿Cuánto tiempo dedicas a escribir?

La anarquía productiva es mi sello de identidad. Cuando las musas se ponen de mi parte escribo compulsivamente de forma que puedo pasar hasta doce horas seguidas escribiendo. Cuando las musas se van de excursión yo me siento a esperarlas. Vuelven cuando les da la gana, ellas son más anárquicas que yo. Tras terminar una novela me doy un tiempo muerto de reflexión que aprovecho para promocionar lo ya escrito o para diseñar un nuevo guión.


6. ¿Has cambiado algún final después de escribirlo?

Creo que nunca. Lo que sí he modificado es la trama argumental conforme la novela se ha ido desarrollando y eso, obviamente, ha modificado el final, sin faltar de modo grosero al planteamiento inicial.


7. ¿Ebook o libro en papel?

Para leer me da un poco igual. Me resistí inicialmente al libro electrónico pero una vez que lo tuve en mis manos (fue un regalo de mis hijas) me di cuenta de que facilitaba la lectura y el transporte de libros de una manera asombrosa. En mi eBook guardo muchísimos libros que vienen conmigo a todas partes. Con los editados en papel sería imposible.



8. ¿Cuánto dura tu proceso de documentación?

Depende del tipo de novela. Sólo una de mis novelas (“Mi amor por un reino en Córdoba”) es histórica lo que me llevó un tiempo largo de documentación; casi un año. Hay otra histórica o más bien biográfica (“El paciente de El Pardo”)  en la que la documentación no fue muy necesaria ya que viví los hechos en primera persona y desde la primera fila de aquel teatro de despropósitos. Las demás libros son de ficción y para eso la documentación básica consiste en leer previamente a muchos autores y cuanto más buenos sean, mejor.


9. ¿Algún consejo a los nuevos escritores?

No creo que los consejos valgan demasiado. Es más eficaz aprender de los errores propios. Si algo puedo decir, basándome en mi propia experiencia, es que para escribir un relato del género que sea se necesita oficio y disciplina, y además, tener hábito de lector y redactar los textos para disfrute propio y sin pensar en los teóricos lectores. Los que nos autoeditamos debemos cuidar mucho nuestras obras. En tal sentido conviene, como los buenos vinos, dejar reposar el texto tres o cuatro meses antes de publicarlo, volver a leerlo seis, siete, ocho o las veces que hagan falta, repasar, corregir, añadir, eliminar y pedir a algunos expertos que la lean con ojo crítico y sin piedad para tener la certidumbre de que lo escrito se va a entregar al lector en las mejores condiciones posibles.



Como es obligado pasar el testigo, yo siento un gran placer entregándoselo al buen escritor catalán Enrique Ríos Ferrer, autor de un bestseller de lectura obligada: EL JUICIO DE DIOS, un thriller intrigante y espléndido en el que un bufete neoyorquino de abogados entra en pleito con el Vaticano teniendo como encausado al mismísimo Dios. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Los años de peregrinación de Murakami


Confieso que soy adicto a este autor japonés cuyos méritos literarios no han sido aun suficientemente valorados por los jurados del Nobel de Literatura o el Príncipe de Asturias de las Letras. Pero todo llegará.

Cuando uno es seguidor incondicional (casi patológico) de un escritor determinado se cree en el derecho de exigirle con cada nueva entrega “un más difícil todavía”. Es lo que, posiblemente, me haya pasado con su última obra: Los años de peregrinación del chico sin color. Extraño título que, a decir de los expertos, no responde a una fiel traducción del japonés a nuestra lengua. Y efectivamente, no hay que ser un experto traductor para verificar que en algunos párrafos de la novela, leída en español, hay algo que chirría. Haruki Murakami no suele ser así. Dicen que el cambio de traductora ha podido ser el factor determinante de estos deslices.

Pero dicho lo anterior, y aun siendo una novela excelente, para mí, al menos, no está a la altura de otros título como Tokyo blues, Sputnik, mi amor, Al sur de la frontera al oeste del sol, Crónica del pájaro que le da cuerda al mundo o After dark, por tan solo citar algunas de sus obras anteriores.


La diferencia de ésta con las otras puede deberse, simplemente, a que el propio autor no haya estado tan afortunado en la elaboración de esta trama argumental como en ocasiones previas, pero no obstante, y sin negar un punto de malicia en mi planteamiento, me pregunto si un autor de la talla de Murakami no estará excesivamente presionado por su grupo editorial y el mercado que lo envuelve, forzándole a una producción literaria excesiva que, en aras de los beneficios mercantiles, pueda restarle calidad. Porque ¿no sería admisible que la voracidad de los que se benefician de los éxitos colaterales de Murakami no lo estén presionando al extremo de obligarlo a escribir aprisa y corriendo? No sé; a veces lo creo y a veces lo dudo. Considero a Murakami un ser muy libre que a estas alturas de su carrera literaria debería estar por encima del bien y del mal, escribiendo por el exclusivo placer de escribir y sin dejarse manejar por otros intereses que más tengan que ver con el yen que con la innegable calidad de toda su obra literaria.

Y dicho lo que antecede tengo que añadir que, sin llegar a la altura de las anteriores, Los años de peregrinación del chico sin color, aun con algún que otro fallo de traducción, es otra genialidad de este autor nipón al que hay que leer por el puro placer de zambullirse en una literatura magnífica impregnada de una realidad mágica distinta. En su caso de estilo japonés. 


miércoles, 11 de diciembre de 2013

¿Autopublicados? No, gracias.


No sigo muchos, pero los que habitualmente leo son interesantes y me aportan valiosas enseñanzas. Me refiero a los blogs que escriben otros. Antes leía los de contenido socio-político-económico pero eran tan aburridos y tan repetitivos que, por higiene mental, dejé de seguirlos. Leo también algunos que tienen que ver con las ciencias pero para profundizar en esas informaciones acudo directamente a las fuentes donde se publican, es decir, a las revistas científicas.

En los últimos días, la mayoría de los blogs amigos han registrado entradas casi clónicas, unos de otros. El tema recidivante ha sido el presente y futuro del autor obligado a autopublicarse y autopromocionarse frente a la inacción (¿por miedo paralizante?) de las editoriales convencionales y de los agentes literarios que ya ni siquiera leen los originales que reciben, para no perder el tiempo, pero que, no obstante, miran con recelo creciente el futuro de sus negocios.


Mercedes Pinto, María José Moreno, Eduardo Perellón, Francisco Gijón, Blanca Miosi, Mayte F. Uceda, por tan sólo citar algunos, han atacado desde sus trincheras blogueras este interesante asunto reflejando cada uno de ellos opiniones convergentes con los demás. El corolario común de todos esos posts apunta en la misma dirección y si ése es el criterio general tendrá, por fuerza, que ser verdad. Las tendencias estadísticas suelen contener verdades incontestables.

En síntesis, ellos señalan cambios radicales en el negocio editorial tradicional que para los que estamos inmersos en estos mundillos de la autoedición (algunos también fuimos víctimas del otro) comprobamos día a día en nuestras propias carnes. El camino de la autoedición no es fácil, a veces tedioso y en ocasiones decepcionante pero, desde luego, no llega a tener tantos baches ni tantas espinas como el otro.

De todos modos, el advenimiento de estas nuevas vías de autoedición, autopublicación y autopromoción está generando numerosas interrogantes que sólo podrán ser desveladas conforme los acontecimientos se vayan desarrollando. Aventurar que el libro en papel desaparecerá como desapareció el télex o las locomotoras de vapor me parece una ligereza poco reflexiva; es como si llegásemos a decir que habría que ir pensando en reciclar el museo de El Prado porque todos sus fondos pictóricos caben en la memoria de un tablet.

Personalmente, creo que todo se autorregulará de un modo natural, como suele pasar con casi todos los excesos. Los que vivimos las primeras elecciones democráticas que hubo en este país tras la extinción natural de la dictadura, recordamos con sorna, ahora que ya pasó el tiempo, los más de trescientos partidos políticos que brotaron como setas de la noche a la mañana con la malsana intención de tan sólo medrar. Aquel galimatías de siglas imposibles y personajillos irrelevantes se resolvió por la vía de la razón y al día de hoy, de aquellos nadie se acuerda y de los pocos que quedaron, sobran casi todos.

Pues bien, salvando las distancias entre la cultura y el mangoneo, creo que el actual asilvestramiento de la autoedición, de la que amazon es el paradigma de referencia, también acabará por autorregularse. No será ni hoy ni mañana, pero tampoco tardará demasiado. Digo esto, porque hay que tener mucha fe y sobre todo mucha paciencia para persistir en el convencimiento de autoconsiderarse escritor y comprobar, día tras día, que tu “maravillosa” obra digital permanece olvidada en los miles de anaqueles virtuales de las nuevas librerías on line, sin que ni siquiera tus familiares, amigos y conocidos te hagan la caridad de una mísera descarga. Es lógico que entre estos autores (aquí no se libra nadie) cunda el desánimo crónico, lo que les (nos) invitará de un modo, también natural, a abandonar el empeño. Con esa selección natural por autodepredación,  la autoedición digital entrará en una nueva dimensión donde, tanto escritores pero sobre todo lectores, tendrán su vía de referencia mucho más clarificada.



Y pensando un poco más allá, habré de decir que lo del “pase y proceda sin miedo que está usted en su casa” que proponen la mayoría de las actuales plataformas de edición on line, tendrá que cambiar, por fuerza, para introducir filtros de excelencia que garanticen y compensen al lector del esfuerzo de invertir unos pocos céntimos en una descarga meritoria que le proporcione, luego, una lectura grata. De lo contrario, los propios lectores abandonarán a aquel que nada de garantía les pueda ofrecer con lo que esas plataformas gigantescas, abarrotadas de millones de textos poco atractivos, asistirán estupefactas a su propia aniquilación.

Durante los años que viví en Canadá y EEUU aprendí que era de muy mal gusto hacer regalos que llevaran el sello made in Taiwan. Aquello se consideraba una inadmisible ordinariez; por malo, por barato, por hortera y por antipatriota. No creo que la cosa llegue a tanto pero preocupante sería para todos, que se hiciera célebre la frase: "¿Made in amazon? No, thanks", que traducido al román paladino equivaldría a decir: "¿Autopublicados? No, gracias."



domingo, 1 de diciembre de 2013

Las editoriales y la divulgación científica.


Por pura casualidad cayó en mis manos un libro de divulgación médica (?) titulado “La enzima prodigiosa” escrito por Hiromi Shinya y publicado por la editorial Aguilar. Se dice en portada que el libro contiene la “fórmula mágica para no enfermar” y se añade que se han vendido más de dos millones de ejemplares en todo el mundo.

Lo “prodigioso” del libro no es la inexistencia de una enzima fantasma que el autor se ha sacado de la chistera, y a la que llama la “enzima prodigiosa” sino toda la sarta de inexactitudes que se vierte en sus páginas. Y todo ello, además, con notable mala intención porque entre sus falsos postulados deja entrever que “su dieta de la enzima prodigiosa” cura todo tipo de cáncer creando, consecuentemente, en los pacientes tumorales falsas expectativas a todas luces crueles, por inexactas.


Para empezar el autor se declara “padre de la endoscopia” lo cual es rotundamente falso. Fue el Dr. Hirschowitz junto con Curtis y Peters quienes en 1965 exploraron por primera vez el interior del colon con la ayuda de un colonoscopio flexible de fibra óptica. Además el autor del libro dice haber realizado en sus cuarenta años de profesión más de 300.000 colonoscopias lo que física y temporalmente es imposible.


El libro no dice sino generalidades vagas largamente repetidas en este tipo de publicaciones; que si la leche de vaca y las grasas animales son muy malas para la salud, que el tabaco y el alcohol producen cáncer, que el pescado es bueno pero que en exceso puede aumentar el cáncer de estómago y que la fibra vegetal, en el seno de la medicina natural es muy buena para la salud en general y para prevenir el cáncer de colon, en particular.

De paso, el presunto endoscopista no tiene empacho alguno en arremeter contra los más que verificados tratamientos antitumorales actuales argumentando, irreflexiva y temerariamente, que aceleran el cáncer. Para evitarlo, propone seguir “su” dieta, básicamente constituida por una alimentación sana en general con restricciones calóricas para evitar la obesidad, suprimiendo las grasas saturadas, el alcohol, té, café y tabaco. ¡Qué originalidad, Señor!

Lo más atrevido del libro es que, sin base científica alguna, el presunto oncólogo se inventa una “enzima madre” a la que llama “enzima prodigiosa” y a la que hace responsable de la buena salud de aquellos incautos que siguen “su” dieta milagrosa librándolos del cáncer. Pero a mitad del libro, el autor, posiblemente bajo los efectos alucinógenos de la referida enzima, reconoce que jamás ha podido demostrarse, científicamente, la existencia de esa “enzima prodigiosa” pero que él cree firmemente en ella, o sea; como lo de las meigas gallegas pero bajo la forma de catalizadores bioquímicos. ¡El colmo!


El traductor del texto original en inglés, para estar en sintonía con el contenido del libro, hace una pésima traslación de los vocablos médicos anglosajones al idioma de Cervantes. Así, traduce to remove (que significa médicamente extirpar) como “remover” que vaya usted a saber lo qué ha pretendido decir con esa traducción al dictado de la fonética. Es decir, ni siquiera se ha molestado en consultar un traductor de términos médicos, de los muchos que en Internet están al alcance de cualquiera . En otros párrafos habla de “las células del ADN” en vez del ADN de las células estructurado en sus cromosomas. Para mayor abundamiento, confunde las proteínas de la leche con las del queso y mezcla las enfermedades autoinmunes y el cáncer de colon con la apnea del sueño o la enfermedad de Chron.
El libro se vende al módico precio de 17 euros en librerías y a 9 euros la descarga en amazon para eBook . Y lo curioso es que, a pesar de las numerosas críticas adversas de los lectores, el bodrio ocupa los primeros lugares del ranking de ventas.

Es muy lamentable que una editorial de prestigio como Aguilar no haya sido más cuidadosa en la selección de sus obras, tanto en lo que se refiere al contenido como al estilo literario o a la traducción. Por poco dinero, un experto les habría convencido, con sólidos argumentos, sobre la inconveniencia de aceptar una publicación de tan ínfima categoría editorial y nula credibilidad. Pero eso sí; un buen negocio librero.