lunes, 7 de septiembre de 2020

 

                EL HOMBRE QUE SOBREVIVIÓ A DOS BOMBARDEOS ATÓMICOS.

                    Parece el título de una novela pero fue un hecho completamente real.

Los días 6 y 10 del pasado mes de agosto se cumplió el 75 aniversario de los bombardeos atómicos a las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki.

Por primera vez en la historia, el hombre fue plenamente consciente de que la destrucción del planeta Tierra podría ser fácilmente llevada a cabo por los mismos hombres que lo habitan. ¡La locura!

Tsutomi Yamaguchi, era por aquellas fechas un ingeniero naval contratado por la empresa Mitsubishi. A pesar de su juventud (el ingeniero contaba a la sazón 29 años) ya le habían asignado puestos de alta responsabilidad.

Desde junio de ese mismo año de 1945, supervisaba la construcción de un buque en los astilleros del puerto de Hiroshima, una ciudad distante unos 400 kms al norte de Nagasaki, la ciudad donde Yamaguchi residía con su mujer y su hijo de tres años.

El día 5 de agosto, dio por concluida su misión naval y se dispuso a regresar a Nagasaki. 

Decidió que lo haría al día siguiente: ¡el demoníaco día 6!

La fatalidad hizo que, cuando apenas había iniciado su viaje de regreso, se diera cuenta de que había olvidado en las oficinas de la Mitsubishi toda su documentación y su identificación personal. No le quedaba otra que dar marcha atrás.

En el camino de retorno, de repente, pudo escuchar por encima del ruido del motor de su automóvil, el estruendo de un bombardero Boeing B29 de las Fuerzas Aéreas del Ejército Norteamericano que se posicionaba sobre la vertical de la ciudad donde él tenía que recoger los papeles olvidados.

Yamaguchi no pudo ver el avión, tan solo escuchaba su rugido atronador. Unos segundos después el cielo se iluminó con un destello cegador al tiempo que una insoportable llamarada de calor lo invadió todo.



El B29 llevaba grabado en su fuselaje el nombre de Enola Gay. A los mandos de aquella bestia infernal se sentaba el comandante Paul Tibbets, acompañado por una tripulación de otros 5 hombres. El artefacto mortífero que el avión cargaba en sus bodegas había sido bautizado con el irónico nombre de Little boy.

Eran las ocho horas y quince minutos de la mañana del día 6 de agosto de 1945, cuando Yamaguchi  a tres kilómetros y medio de distancia del epicentro donde cayó el artefacto atómico pudo ver, con espanto, el impacto que acaba de arrasar una ciudad bella y tranquila donde había vivido los dos últimos meses con la misión de verificar la construcción de un barco para la Marina nipona.

De inmediato comprobó con horror que en su cara, en sus brazos y en sus manos se levantaban dolorosas ampollas secundarias a las graves quemaduras que le había provocado la onda térmica cuya temperatura en el momento de la explosión alcanzó más de cien mil grados.  Sus ojos quedaron cegados por un tiempo que no pudo determinar y la audición de su oído izquierdo la perdió al reventar su tímpano por la violencia de la onda expansiva.

Aquella bomba atómica mató de manera fulminante a casi cien mil habitantes de la ciudad destruida. Otros setenta y cinco mil más irían muriendo, tras indescriptibles agonías, en los años siguientes víctimas de las quemaduras, el cáncer y el suicidio. En total, llegaron a contabilizarse más de un cuarto de millón de víctimas de aquella monstruosidad inhumana.



Yamaguchi, tuvo mejor suerte que otros. Cubierto de vendajes y sin entender del todo qué es lo que había sucedido pudo, dos días después, abandonar el puesto de socorro donde había sido atendido y regresar a la ciudad de Nagasaki donde cuarenta y ocho horas más tarde le esperaba una nueva tragedia.

Al llegar a Nagasaki, en medio de su gran confusión mental, explicó a su mujer y a sus superiores de Mitsubishi que de pronto había escuchado el rugido de un avión al que siguió un deslumbrante fogonazo blanco que iluminó con violencia un amanecer neblinoso y que una onda expansiva lo desplazó varios metros golpeándose contra superficies duras que no podía recordar. Vio, sin entender nada, cómo aquella terrible explosión pulverizó el edificio de su empresa y a todos los que su vista podía alcanzar. La ciudad de Hiroshima, en un instante, había desaparecido del mapa.

Cuatro días después de la explosión, estando ya en la ciudad de Nagasaki, Yamaguchi fue nuevamente víctima de la segunda explosión atómica de la historia. Como en la primera ocasión tuvo la “suerte” de encontrarse a más de tres kilómetros del epicentro y los daños sufridos no le costaron la vida aunque sí, nuevas heridas.



En sus memorias manifestó que durante muchos años creyó que el hongo atómico que vio levantarse sobre Hiroshima le persiguió hasta Nagasaki y que esa horrible sensación le acompañó durante toda su vida. Se consideraba un hombre "perseguido por un hongo atómico interminable."

A pesar de todo, se sentía un privilegiado. Solía decir que él había sido el único superviviente a dos explosiones atómicas sin que ello le hubiese provocado las horribles lesiones que otros sufrieron. Sin embargo, también manifestó que aquellas terribles experiencias marcaron su vida para siempre.

Durante más de quince años tuvo que ser asistido periódicamente para tratar las úlceras cutáneas que le provocó la onda térmica y que le dejaron horribles cicatrices. Nunca recuperó la audición de su oído izquierdo y su visión sufrió alteraciones incurables.

No concluyó ahí su dolor. Tuvo que asistir a la muerte temprana de su esposa y de su hijo víctimas de un cáncer secundario a la radiación que dejó la bomba. También él fallecería a causa de un cáncer pero eso le llegó a la edad de 92 años.

Durante su convalecencia se dedicó al estudio del inglés, una lengua en la que quiso expresarse para que los que arrojaron las bombas atómicas que segaron las vidas de miles de sus compatriotas comprendieran al fin, cuánto habían hecho sufrir a su amado país del Sol Naciente.

El resto de su vida la dedicó a escribir poemas para relatar el horror que había vivido y hasta pudo expresarse en la Sede de las Naciones Unidas para alertar al mundo sobre los horrores de una guerra nuclear.

Quince días después de que el director de la película Titanic, James Cameron, viajara a Nagasaki para conocerlo y pedirle autorización e información para hacer una película sobre su vida, Tsutomi Yamaguchi alcanzó al fin la paz.

Les dejo para finalizar uno de sus poemas más expresivos:

                Una corriente de cuerpos humanos

                Gran Hiroshima

                 hoy despierta entre llamas

                y clamorosa.

                En el río, hacia mi

                flujo de cadáveres.

                La lluvia negra que cae en mis sueños

                la Corriente Humana que lleva el río

                los efectos del pika-don que consumen mi ser.

                Cuerpos flotando

                como linternas de agua

                venerando almas.

                Mi alma también fluye

                y se va al otro mundo.

 

 

 

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