No sé quién o quiénes inventaron el término “género chico”
para referirse a manifestaciones culturales o artísticas tratando de matizar,
con ello, que para todo existen “clases” y “categorías”.
Género chico se le llama al sainete para rebajarlo de
categoría frente a la obra teatral clásica en tres actos. Género chico se dice
de la zarzuela para otorgarle una categoría inferior a la ópera. Y género chico
es el calificativo que los pedantes le otorgan a los cuentos y relatos breves
para descalificarlos, literariamente hablando, frente a las novelas de
trescientas o más páginas. Es como si la Literatura (con mayúsculas),
dependiendo de la extensión de los textos, jugara en una extraña liga en la que
hubiera primera, segunda y tercera división.
Siempre me ha parecido una categorización desafortunada pero
cuya evidencia queda perfectamente reflejada en el ranking de las obras más vendidas tanto en formato convencional
como en los actuales eBooks. Y sin
embargo, hay escritores de cuentos y narraciones cortas de una categoría
excepcional que, en bastantes casos, son muy superiores a otros que no saben
cómo poner el punto final a sus extensísimas y a veces insoportables, por
interminables, obras.
Escribo este post
(que es una forma muy particular de relato breve) porque, recientemente, cayó
en mis manos una obra titulada “Minibiografías
ilegales de escritores malditos” escrita impecablemente por Heberto Gamero,
un reconocido autor venezolano que ha hecho de este género la piedra angular de
su trabajo literario.
En el libro que les acabo de citar, el autor no se deja
llevar por los hechos trascendentes que lo biógrafos destacan para relatar la
vida y milagros de lo biografiados, sino que, en una síntesis imaginativa muy
original, el propio autor se confunde con los personajes para dejar al albur de
la imaginación del lector, escenas, tal vez mínimas y aparentemente
intrascendentes de las vidas de cada uno de los sesenta personajes que describe
en su libro, para provocar una duda razonablemente estructurada en una ambigua
línea imaginaria que desdibuja lo que fue real de lo que el autor transfigura
en algo enigmáticamente ficticio.
Hay que estar muy bien documentado, como lo está Heberto
Gamero, para hacer trascendentes en sus “miniobiografías
ilegales de escritores malditos”, pequeñas escenas que al ser tratadas con
una maestría muy propia de él, transforman una obra, que para algunos por ser
narrativamente corta podrían
considerarla literariamente de “tono menor”,en un compendio de magníficos
relatos biográficos breves que hacen las delicias de quien los lee.
Confieso que nunca, antes de ahora, había leído algo tan
agradablemente instructivo como las
miniografías de Gamero. En su minucioso trabajo se concentra la nómina
de sesenta famosos escritores,
unos malditos y otros no tanto, entre los que podríamos citar a Hemingway,
Cervantes, Proust, Neruda, Flaubert, Tolstoi, Balzac, Benedetti o Fiodor
Mijailovitch Dostoievsky, por tan solo citar algunos.
Cuando terminé de leer las miniografías ilegales de Gamero no las coloqué en el lugar que
tengo reservado en mi librería para los “grandes libros” sino que,
intencionadamente, las dejé en mi mesilla de noche para volver a saborearlas, a
pequeños sorbos, ya que gracias al
placer intelectual que producen inducen sueños, a veces delirantes pero siempre
deliciosamente reconfortantes.
Heberto Gamero, con quien tuve el placer de pasear hace poco
en Madrid en compañía de Iris, su encantadora esposa, me ha vuelto a reafirmar
en la idea de que la literatura breve, eso que se ha venido en llamar “genero
chico”, sólo puede ser escrita únicamente por los grandes.
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