sábado, 11 de enero de 2014

Un patético análisis científico de los bestseller.


Desde que el hombre tuvo conciencia de sí mismo no ha dejado de hacerse preguntas. Muchas ya obtuvieron su adecuada y acertada respuesta; desde la explicación científica del rayo, las oscilaciones de las mareas o el ritmo de las estaciones climáticas. Hay, sin embargo, otras que están aun pendientes de resolución. 
Una de ellas, de alto valor estratégico para los escritores, es conocer al detalle dónde se esconde el secreto (o los secretos) para que una novela llegue a constituirse en lo que ha venido en denominarse un bestseller, es decir, en una obra de alcance universal por el extraordinario interés que suscita entre los lectores. Todo un enigma para el que, por ahora, no hay una respuesta contundente.
Recientemente, unos científicos americanos, sin duda muy aburridos, se han sacado de la chistera un pintoresco algoritmo para dar respuesta a la enigmática pregunta: ¿Cómo se fabrica un bestseller? El análisis "científico" de este curioso trabajo peca de errores metodológicos de bulto. En primer lugar, porque analizan obras heterogéneas de todos los tiempos, en segundo, porque introducen variables analíticas no contrastadas ni contrastables, después, porque no efectúan un test doble ciego frente a grupos diversos de lectores ni tampoco randomizan las variables del estudio, no efectúan análisis estadísticos siguiendo los estándares matemáticos habituales y, sobre todo, porque no tienen en cuenta los gustos y tendencias de los lectores a escala planetaria. Además, el análisis se circunscribe a 800 obras cuando en un país como España el número de libros anualmente publicados supera los 55.000 lo que casuísticamente deja al trabajo con el culo al aire. Pero, en fin, salvando estas nimiedades lo divertido del estudio son sus pintorescas conclusiones. Y así; dicen que el volumen, es decir el número de palabras o el de páginas del tocho, es uno de los factores determinantes del éxito. 
El Quijote o Los pilares de la Tierrra (por su tamañoson pruebas concluyentes para sustentar las tesis de los investigadores mientras que “obritas” como Carta a una desconocida de Stefan Zweig, de apenas 150 páginas, o El niño con el pijama de rayas, que llegó a vender dos millones de ejemplares, no son sino excepciones que confirman la regla y para lo que no encuentran una explicación razonable en su relación éxito/tamaño. Se podría pensar que para estos sesudos investigadores de éxitos, el tamaño no sólo importa, sino que la gente prefiere El libro gordo de Petete a El extranjero de Albert Camus, de unas 120 páginas.
Consideran que la temática, aun estando mal escrita, está por encima de la técnica narrativa. El lector actual, dicen, prefiere la economía en el uso de verbos, adjetivos y gerundios y agradece el uso prolijo de puntos seguidos, y puntos aparte, encajen o no en el contexto. No hacen referencias expresas al impacto que produce en el lector el desarrollo clásico de la trama, es decir;  planteamiento, nudo y desenlace pero, visto lo anterior, esto carecería significado estadístico.
Según ellos, las técnicas sabuesas empleadas hasta ahora por las editoriales, obsesionadas con la caza del bestseller son, a todas luces, erróneas. Dicen que carecen de olfato para detectar el autor o la obra de posible éxito. Y puede que en ese aspecto haya que darles la razón. Cien años de soledad, por ejemplo, anduvo rodando diez años de editorial en editorial hasta que una sagaz agente literaria como Carmen Balcells consiguió que se publicara. 
Esta novela del genial García Márquez fue considerada como de una de las 100 mejores del pasado siglo XX, habiéndose publicado 300 millones de ejemplares traducidos a 35 idiomas. Lo mismo podría decirse de Harry Potter y la piedra filosofal, escrita en una cafetería por una perfecta desconocida y despectivamente rechazada por varias editoriales. Si editorial Planeta hubiera olfateado los aromas de éxito que desprendía la tinta del original de El Código Da Vinci hoy sería toda vía más rica de lo que es.
Y si embargo, el misterio continúa indescifrable porque hay bestsellers que a pesar de tener unas críticas muy desfavorables se siguen vendiendo como rosquillas. El ejemplo paradigmático es la saga de las Cincuenta sombras de Grey una obra que, a juicio de los críticos, no sólo está muy mal escrita sino que las acciones que se desarrollan en la novela son de una zafiedad asombrosa. 
Más cercano a nosotros, el éxito de El tiempo entre costuras no era imaginable para sus editores y mucho menos para su autora; una novela de acciones casi siempre predecibles aunque, en ocasiones, lo rocambolesco de algunas situaciones le confieran un punto de inevitable incredulidad.  Su suntuosa adaptación en formato de serie televisiva ha logrado una audiencia máxima que ha multiplicado sus ventas de una manera extraordinaria, cuando las críticas literarias, por el contrario, la han clasificado como "pasable".
Queda, por otra parte, claro, que la trascendencia mediática del autor, metido circunstancialmente a escritor, es uno de los indiscutibles factores necesarios para fabricar un bestseller. Cuando esto escribo, Ambiciones y Reflexiones, de Belén Esteban o si ustedes lo prefieren de Boris Eizaguirre, ocupa el primer lugar en el ranking de ventas en nuestro país con más de cien mil ejemplares vendidos en su primer mes, mientras que magníficos autores, perfectamente desconocidos, se ven obligados a recurrir a la autoedición por el simple placer de ver publicada su obra y que así pueda ser leída por unos extraños y curiosos lectores empeñados en descubrir a los auténticos e ignorados talentos en el arte de juntar palabras.
Es posible que en un futuro no muy lejano se implementen aplicaciones para smartphones con la idea de guiar a escritores y lectores sobre cómo deben escribir unos y cómo pueden otros comprar bestsellers, con calidad literaria. Tampoco resultaría extraño que, al igual que ya existen programas informáticos para componer música, se instrumenten otros para escribir novelas, automáticamente. Todo se andará. Si un día desaparecieron los telegrafistas y pronto los carteros, no sería extraño que los buenos escritores acabaran también por tirar la toalla; la pluma en este caso.
Si Platón refiriéndose a Sócrates dijo hace siglos: “sólo sé que no sé nada” no creo que anduviese pensando en los enigmáticos resortes que hacen de una obra literaria un bestseller pero, desde luego, con análisis como los llevados a cabo por ese pintoresco grupo de presuntos científicos americanos seguiremos sin saber dónde radica el secreto del éxito.