Desde que en un eficaz escenario promocional se anunciara la
aparición del libro en el que Belén Esteban narra su apasionante vida, se han
prodigado las más feroces e injustas críticas, difundidas urbi et orbi en esa inabarcable caja de resonancia que son las
redes sociales.
La mayoría de esas diatribas y ácidos comentarios, a veces
insultantes, en ocasiones cargados de una pasión visceral y casi siempre
carentes de objetividad, han sido disparados impíamente como dardos envenenados contra
esta “princesa del pueblo”, cuyo mayor delito ha sido dar el visto bueno al montón de folios que un negro, recogiendo y
ordenando lo que ya se sabía por las declaraciones tele-excrementales que la
propia interesada ha divulgado, incesantemente y sin recato alguno, se compendian ahora en un librote que, convencido estoy, comprarán muchos pero leerán
pocos.
Esos comentarios feroces a los que antes me refería son, en
su mayoría, un alegato furioso contra el indecoroso intrusismo de la “autora”
en un campo (el literario) del que prácticamente debe desconocerlo todo. ¿Y qué? ¿Creen ustedes que ha sido únicamente
ella la que ha orquestado esta puesta en escena? Pues, no. Dicen de ella que es
de cultura escasa, de lengua larga, de modales rústicos, de razonamiento precario y de sentimiento
noble, pero eso no la faculta para urdir un plan editorial cuyos resultados
económicos están resultando arrolladoramente abrumadores.
Detrás de ese libro de memorias (?) hay, obviamente, un negro; un escondido negro que tal vez de la cara algún día y al que habrán despachado
con unos cuantos euros y un sellado y rubricado pacto de silencio. Pero, lo grave, es que detrás de todo ese entramado comercial hay una editorial (Boreal, en este caso)
que es la que realmente está llevando el agua a su molino.
Para mí, ni “la autora” ni su negro son los realmente responsables del revuelo que se ha armado.
Para mí, insisto, los principales responsables del desaguisado son, por un
lado, un público pazguato que en masa ha asaltado las librerías donde se vende
el libro con el afán cateto de conseguir más un autógrafo de la “autora” que el
libro en sí mismo, y por otro, la propia editorial que ha lanzado a un mercado,
presuntamente cultural, un subproducto que, en mi modesta opinión, nada de
apasionante ni atractivo puede ofrecer a cualquier lector instalado en el
consumo de una literatura tradicional.
Las editoriales hace tiempo que perdieron el gusto por las
obras de auténtico valor literario, tanto se trate de autores consagrados como
de jóvenes figuras con un teórico futuro prometedor. No hay que olvidar que las
editoriales, como cualquier otra empresa, se deben a sus dueños, a su
accionariado y en último término a su cuenta de resultados. Para la mayoría de
las actuales editoriales lo económico priva sobre la calidad. Por eso, en un
país de consumidores de telebasura chismosa, ordinaria y cutre, tener en nómina
a una Belén Esteban “escritora”, es un éxito comercial garantizado. Tengo mis
razones para dar a la editorial que ha publicado esta magna obra, mi más
cordial enhorabuena y a los libreros que impúdicamente la exhiben en sus
vitrinas, mi felicitación más efusiva.
Muchos escritores que por inapelables razones de mercado no
han podido publicar todavía ni una sola de sus obras y otros que a trancas y
barrancas han conseguido editar algo mediáticamente intrascendente, están no
sólo defraudados y enfadados con Belén sino que se sienten tristemente
agraviados al ver que una advenediza les quita, competitivamente, una cuota de
mercado de la que se creían acreedores de pleno derecho. Me gustaría
tranquilizarles diciéndoles que los compradores de Belén Esteban jamás
comprarían un libro de Knut Hamsun, de Milan Kundera, de Cervantes, de Pessoa, de Platón, o incluso de Corín Tellado o de ellos mismos. Los lectores de Belén Esteban son
compradores genuinos y exclusivos de Belén Esteban, y nada más. Belén, por
tanto, no es el enemigo a vencer ni la competencia contra la que luchar. El
hecho resultaría tan cómico como si en la próxima campaña de Navidad “Sidra el
Gaitero”, por ejemplo, hiciera una promoción agresiva para competir contra Dom Pérignon o Veuve Clicqot, o como si el municipio de Torrevieja desplegara
una gran campaña promocional para
que los multimillonarios que navegan por las exclusivas azules aguas que
separan Córcega de Cerdeña anclaran sus espectaculares barcos en aquel entrañable,
popular y variopinto enclave levantino.
No hay que enfadarse y mucho menos arremeter contra Belén
Esteban por su meritorio éxito librero (que no literario). La
auténtica literatura no está en “Ambiciones y Reflexiones” de B.E., como
tampoco lo está en muchas otras “cosas” parecidas que ocupan, vaya usted a saber
por qué, destacados lugares
de superventas en las casas de
libros. La literatura, tal como me la enseñaron en la escuela, es algo más
riguroso, más trascendente, más bello, más profundo; un imprescindible
alimento para el espíritu, un bálsamo reconfortante para los sentidos y en
suma; una manifestación única de algo culturalmente imperecedero.
Como amante de las buenas letras, no me inquieta el éxito de
Belén Esteban ni su “temida” competencia editorial, al contrario, todo lo que
mueva mercado, de lo que sea, será muy bien venido en estos tiempos de penurias
y lamentos. Lo único que podría cabrearme, y no excesivamente porque para eso
ya está uno curado de espanto, es que en las próximas ediciones de algunos
renombrados certámenes literarios, sin ser Belén Esteban una exministra de nada
sino un producto genuino nacido al calor de una trasnochada farándula
“salvadora”, pudiera alzarse con algún codiciado trofeo de esos que regalan
ingentes cantidades de euros y popularidad promocional como contrapartida a textos de dudosa calidad.
Pero,
¡qué le vamos a hacer! En un país desconcertado y desconcertante como el
nuestro cualquier barbaridad, por aberrante que parezca, puede conseguir, sin
despeinarse, carta de naturaleza. Y
esto es lo que hay porque la cosa, por más que uno se empeñe, no da para más. A los inquietos les pido paciencia y les emplazo, por lo menos, a octubre del año próximo.