Desde que el hombre tuvo conciencia
de sí mismo no ha dejado de hacerse preguntas. Muchas ya obtuvieron su adecuada
y acertada respuesta; desde la explicación científica del rayo, las
oscilaciones de las mareas o el ritmo de las estaciones climáticas. Hay, sin
embargo, otras que están aun pendientes de resolución.
Una de ellas, de alto valor
estratégico para los escritores, es conocer al detalle dónde se esconde el
secreto (o los secretos) para que una novela llegue a constituirse en lo que ha
venido en denominarse un bestseller,
es decir, en una obra de alcance universal por el extraordinario interés que
suscita entre los lectores. Todo un enigma
para el que, por ahora, no hay una respuesta contundente.
Recientemente, unos científicos
americanos, sin duda muy aburridos, se han sacado de la chistera un pintoresco
algoritmo para dar respuesta a la enigmática pregunta: ¿Cómo se fabrica un bestseller?
El análisis "científico" de este curioso trabajo peca de errores metodológicos de bulto. En primer lugar,
porque analizan obras heterogéneas de todos los tiempos, en segundo, porque
introducen variables analíticas no contrastadas ni contrastables, después, porque no efectúan un test doble ciego frente a grupos diversos de lectores ni tampoco randomizan las variables del estudio, no efectúan análisis estadísticos
siguiendo los estándares matemáticos habituales y, sobre todo, porque no tienen
en cuenta los gustos y tendencias de los lectores a escala planetaria. Además,
el análisis se circunscribe a 800 obras cuando en un país como España el número de libros anualmente publicados supera los 55.000 lo que casuísticamente deja al trabajo con el culo al aire. Pero, en
fin, salvando estas nimiedades lo divertido del estudio son sus pintorescas
conclusiones. Y así; dicen que el volumen, es decir el número de palabras o el
de páginas del tocho, es uno de los factores determinantes del éxito.
El
Quijote o Los pilares de la Tierrra (por su tamaño) son pruebas concluyentes para sustentar las tesis de los investigadores mientras que “obritas”
como Carta
a una desconocida de Stefan Zweig, de apenas 150 páginas, o El
niño con el pijama de rayas,
que llegó a vender dos millones de ejemplares, no son sino excepciones que
confirman la regla y para lo que no encuentran una explicación razonable en su
relación éxito/tamaño. Se podría pensar que para estos sesudos investigadores
de éxitos, el tamaño no sólo importa, sino que la gente prefiere El
libro gordo de Petete a El extranjero de Albert Camus, de
unas 120 páginas.
Consideran que la temática, aun
estando mal escrita, está por encima de la técnica narrativa. El lector actual,
dicen, prefiere la economía en el uso de verbos, adjetivos y gerundios y
agradece el uso prolijo de puntos seguidos, y puntos aparte, encajen o no en el contexto. No hacen referencias expresas al impacto que produce en el lector
el desarrollo clásico de la trama, es decir; planteamiento, nudo y
desenlace pero, visto lo anterior, esto carecería significado estadístico.
Según ellos, las técnicas sabuesas
empleadas hasta ahora por las editoriales, obsesionadas con la caza del bestseller son, a todas luces, erróneas.
Dicen que carecen de olfato para detectar el autor o la obra de posible éxito.
Y puede que en ese aspecto haya que darles la razón. Cien años de soledad, por
ejemplo, anduvo rodando diez años de editorial en editorial hasta que una sagaz
agente literaria como Carmen Balcells consiguió que se publicara.
Esta novela
del genial García Márquez fue considerada como de una de las 100 mejores del pasado siglo XX, habiéndose publicado 300 millones de ejemplares traducidos a 35
idiomas. Lo mismo podría decirse de Harry
Potter y la piedra filosofal, escrita en una cafetería por una perfecta
desconocida y despectivamente rechazada por varias editoriales. Si editorial Planeta
hubiera olfateado los aromas de éxito que desprendía la tinta del original
de El
Código Da Vinci hoy sería toda vía más rica de lo que es.
Y si embargo, el misterio continúa
indescifrable porque hay bestsellers
que a pesar de tener unas críticas muy desfavorables se siguen vendiendo como
rosquillas. El ejemplo paradigmático es la saga de las Cincuenta sombras de Grey una obra que, a juicio de los críticos,
no sólo está muy mal escrita sino que las acciones que se desarrollan en la
novela son de una zafiedad asombrosa.
Más cercano a nosotros, el éxito de El
tiempo entre costuras no era imaginable para sus editores y mucho menos para su autora;
una novela de acciones casi siempre predecibles aunque, en ocasiones, lo
rocambolesco de algunas situaciones le confieran un punto de inevitable incredulidad. Su suntuosa adaptación en formato de serie televisiva ha
logrado una audiencia máxima que ha multiplicado sus ventas de una manera
extraordinaria, cuando las críticas literarias, por el contrario, la han clasificado como "pasable".
Queda, por otra parte, claro, que la
trascendencia mediática del autor, metido circunstancialmente a escritor, es
uno de los indiscutibles factores necesarios para fabricar un bestseller. Cuando esto escribo, Ambiciones
y Reflexiones, de Belén Esteban o si ustedes lo prefieren de Boris Eizaguirre, ocupa el primer lugar en el ranking de ventas en nuestro país con
más de cien mil ejemplares vendidos en su primer mes, mientras que magníficos autores,
perfectamente desconocidos, se ven obligados a recurrir a la autoedición por el
simple placer de ver publicada su obra y que así pueda ser leída por unos
extraños y curiosos lectores empeñados en descubrir a los auténticos e
ignorados talentos en el arte de juntar palabras.
Es posible que en un futuro no muy
lejano se implementen aplicaciones para smartphones
con la idea de guiar a escritores y lectores sobre cómo deben escribir unos y
cómo pueden otros comprar bestsellers, con
calidad literaria. Tampoco resultaría extraño que, al igual que ya existen programas
informáticos para componer música, se instrumenten otros para escribir novelas,
automáticamente. Todo se andará. Si un día desaparecieron los telegrafistas y
pronto los carteros, no sería extraño que los buenos escritores acabaran
también por tirar la toalla; la pluma en este caso.
Si Platón refiriéndose a Sócrates
dijo hace siglos: “sólo sé que no sé nada” no creo que anduviese pensando en los
enigmáticos resortes que hacen de una obra literaria un bestseller pero, desde luego, con análisis como los llevados a cabo
por ese pintoresco grupo de presuntos científicos americanos seguiremos sin saber
dónde radica el secreto del éxito.
Interesante disertación acerca de los requisitos para que una novela sea un best seller. Podría decir muchas cosas, pero me temo que me quedaría corta. A un empresario se le ocurrió que yo podría dar clases en su Academia de Escritores y como buena ingenua que soy, acepté. Ahora estoy al lado de escritores como Eduardo Sánchez Rugeles, solo por nombrar a uno de los siete galardonados de los ocho escritores que conformamos el plantel. Soy la única que jamás ha ganado un premio, que no ha estudiado literatura, ni siquiera ha seguido un curso en un taller de narrativa pero es la que más vende libros que todos ellos juntos. De manera que sería la persona idónea para responder en qué radica el secreto del éxito, si se llama así a vender unas cuantas novelas más que los demás, o encabezar de manera permanente las listas de Amazon.
ResponderEliminarCreo que las editoriales se equivocan al seguir las tendencias. Es evidente que hay "preferencias", que es diferente a "tendencias", como son las novelas románticas, eternas compañeras de las mujeres que apuestan por los amores y los finales felices. Pero esa es una preferencia que ha existido desde siempre y seguirá existiendo. Creo que las editoriales o los especialistas en tendencias, como ellos las llaman, deberían de fijarse más en los títulos que son genuinos, originales, que encaran la vida de una manera diferente, que utilizan un idioma fresco e innovador. No deben temer a la gente joven que tiene una mirada diferente del mundo, porque en cincuenta años el mundo ya no es el mismo, y los lectores de ahora por lo tanto, tampoco.
¿Por qué se venden mis novelas? Muy simple: Porque he comprendido que la televisión y el cine nos ha acostumbrado a que sucedan cosas de una manera rápida, veloz, si se quiere, a que existan no uno ni dos ni tres nudos en una historia, sino cuatro o cinco de ser posible. Pero que al final convergan y el resultado sea impecable. Por eso hoy en día es más difícil que nunca ser escritor. Porque se debe competir con la televisión y el cine, con las series y las grandes estrellas y por si fuera poco, con los famosos Talk shows, que no sé qué es lo que aportan, pero que hipnotizan a los televidentes. De ahí la fama de Belén Esteban. A nadie le interesa quién escribió su libro. Solo desean saber cómo vive, qué come, por qué le sucedió esto o aquello, pues es la persona a la que ven todos los días en la pantalla de su diminuto mundo reducido a una ventana por la cual observan "el mundo".
Creo que los escritores lo tenemos bien difícil si queremos que las personas aparten los ojos de la pantalla. Y cada vez son más los que prefieren ver a leer. De eso se olvidaron los expertos.
Un abrazo, querido amigo, y disculpa la extensión.
Gracias por tu comentario, Blanca. Creo que esos falsos bestsellers tipo "Ambiciones y Reflexiones" (que son ídolos con pies de barro) tienen un breve momento de gloria del que tanto escritores como autores obtienen pingües beneficios que les ayudan a "ir tirando". El buen escritor es un corredor de fondo que empieza lento, que se va afianzando en su camino a través del conocimiento y que al final, sus propios adictos (los lectores) lo llevan en volandas hacia la meta triunfante. Es cierto que los tiempos cambian de modo incesante, de ahí la necesidad del buen escritor de adaptarse a las modas y modismos. El "Harry Potter" de nuestros días no es sino "El Quijote" del siglo XVI. En todo esto sigo pensando que en la buena educación escolar estriba la buena predisposición del futuro. Un niño que lee hoy será un hombre libre mañana. Un abrazo.
EliminarMuy interesante. A esta entrada le pondría por título: "Dos monstruos juntos" porque entre uno y otro hacéis una radiografía de la idiotez humana. Me gustaría replicar a la última frase de José Luis Palma, cuando dice que un niño que lee hoy será un hombre libre mañana. Si me permites te diré, que "un escritor hoy será una persona pobre a menos que no viva de ello".
ResponderEliminarEs un placer leeros a los dos.
Está Claro Mercedes que no hay vocación más quijotesca que la de escritor, o pretensión más fatua. Escribimos (la mayoría) sabiendo que no viviremos jamás de nuestras letras. Si lo hacemos es por el placer de construir tus mundos íntimos y por la satisfacción de que alguien te lea. Tan sólo por eso merece la pena pasar horas y horas dándole a la tecla.
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