No sigo muchos, pero los que habitualmente leo son
interesantes y me aportan valiosas enseñanzas. Me refiero a los blogs que escriben otros. Antes
leía los de contenido socio-político-económico pero eran tan aburridos y tan repetitivos
que, por higiene mental, dejé de seguirlos. Leo también algunos que tienen que
ver con las ciencias pero para profundizar en esas informaciones acudo
directamente a las fuentes donde se publican, es decir, a las revistas
científicas.
En los últimos días, la mayoría de los blogs amigos han registrado entradas casi clónicas, unos de otros.
El tema recidivante ha sido el presente y futuro del autor obligado a autopublicarse y autopromocionarse frente a la inacción (¿por miedo paralizante?)
de las editoriales convencionales y de los agentes literarios que ya ni siquiera leen
los originales que reciben, para no perder el tiempo, pero que, no obstante,
miran con recelo creciente el futuro de sus negocios.
Mercedes Pinto, María José Moreno, Eduardo Perellón, Francisco
Gijón, Blanca Miosi, Mayte F. Uceda, por tan sólo citar algunos, han atacado
desde sus trincheras blogueras este
interesante asunto reflejando cada uno de ellos opiniones convergentes con los
demás. El corolario común de todos esos posts
apunta en la misma dirección y si ése es el criterio general tendrá, por
fuerza, que ser verdad. Las tendencias estadísticas suelen contener verdades
incontestables.
En síntesis, ellos señalan cambios radicales en el negocio
editorial tradicional que para los que estamos inmersos en estos mundillos de la autoedición
(algunos también fuimos víctimas del otro) comprobamos día a día en nuestras
propias carnes. El camino de la autoedición no es fácil, a veces tedioso y en
ocasiones decepcionante pero, desde luego, no llega a tener tantos baches ni
tantas espinas como el otro.
De todos modos, el advenimiento de estas nuevas vías de
autoedición, autopublicación y autopromoción está generando numerosas
interrogantes que sólo podrán ser desveladas conforme los acontecimientos se
vayan desarrollando. Aventurar que el libro en papel desaparecerá como
desapareció el télex o las locomotoras de vapor me parece una ligereza poco
reflexiva; es como si llegásemos a decir que habría que ir pensando en reciclar
el museo de El Prado porque todos sus fondos pictóricos caben en la memoria de
un tablet.
Personalmente, creo que todo se autorregulará de un modo
natural, como suele pasar con casi todos los excesos. Los que vivimos las
primeras elecciones democráticas que hubo en este país tras la extinción
natural de la dictadura, recordamos con sorna, ahora que ya pasó el tiempo, los
más de trescientos partidos políticos que brotaron como setas de la noche a la
mañana con la malsana intención de tan sólo medrar. Aquel galimatías de siglas
imposibles y personajillos irrelevantes se resolvió por la vía de la razón y al
día de hoy, de aquellos nadie se acuerda y de los pocos que quedaron, sobran casi todos.
Pues bien, salvando las distancias entre la cultura y el
mangoneo, creo que el actual asilvestramiento de la autoedición, de la que amazon es el paradigma de referencia,
también acabará por autorregularse. No será ni hoy ni mañana, pero tampoco
tardará demasiado. Digo esto, porque hay que tener mucha fe y sobre todo mucha
paciencia para persistir en el convencimiento de autoconsiderarse escritor y
comprobar, día tras día, que tu “maravillosa” obra digital permanece olvidada
en los miles de anaqueles virtuales de las nuevas librerías on line, sin que ni siquiera tus
familiares, amigos y conocidos te hagan la caridad de una mísera descarga. Es
lógico que entre estos autores (aquí no se libra nadie) cunda el desánimo
crónico, lo que les (nos) invitará de un modo, también natural, a abandonar el
empeño. Con esa selección natural por autodepredación, la autoedición digital entrará en una
nueva dimensión donde, tanto escritores pero sobre todo lectores, tendrán su
vía de referencia mucho más clarificada.
Y pensando un poco más allá, habré de decir que lo del “pase
y proceda sin miedo que está usted en su casa” que proponen la mayoría de las
actuales plataformas de edición on line,
tendrá que cambiar, por fuerza, para introducir filtros de excelencia que
garanticen y compensen al lector del esfuerzo de invertir unos pocos céntimos
en una descarga meritoria que le proporcione, luego, una lectura grata. De lo
contrario, los propios lectores abandonarán a aquel que nada de garantía les
pueda ofrecer con lo que esas plataformas gigantescas, abarrotadas de millones
de textos poco atractivos, asistirán estupefactas a su propia aniquilación.
Durante los años que viví en Canadá y EEUU aprendí que era
de muy mal gusto hacer regalos que llevaran el sello made in Taiwan. Aquello se consideraba una inadmisible ordinariez;
por malo, por barato, por hortera y por antipatriota. No creo que la cosa
llegue a tanto pero preocupante sería para todos, que se hiciera célebre la
frase: "¿Made in amazon? No, thanks",
que traducido al román paladino equivaldría a decir: "¿Autopublicados? No, gracias."