Confieso que soy adicto a este autor japonés cuyos méritos
literarios no han sido aun suficientemente valorados por los jurados del Nobel de Literatura o el Príncipe de Asturias de las Letras.
Pero todo llegará.
Cuando uno es seguidor incondicional (casi patológico) de un
escritor determinado se cree en el derecho de exigirle con cada nueva entrega “un
más difícil todavía”. Es lo que, posiblemente, me haya pasado con su última obra: Los años de peregrinación del
chico sin color. Extraño título que, a decir de los expertos, no responde a
una fiel traducción del japonés a nuestra lengua. Y efectivamente, no hay que ser un experto
traductor para verificar que en algunos párrafos de la novela, leída en español,
hay algo que chirría. Haruki Murakami no suele ser así. Dicen que el
cambio de traductora ha podido ser el factor determinante de estos deslices.
Pero dicho lo anterior, y aun siendo una novela excelente,
para mí, al menos, no está a la altura de otros título como Tokyo blues, Sputnik, mi amor, Al sur de la
frontera al oeste del sol, Crónica del pájaro que le da cuerda al mundo o After
dark, por tan solo citar algunas de sus obras anteriores.
La diferencia de ésta con las otras puede deberse,
simplemente, a que el propio autor no haya estado tan afortunado en la
elaboración de esta trama argumental como en ocasiones previas, pero no
obstante, y sin negar un punto de malicia en mi planteamiento, me pregunto si un
autor de la talla de Murakami no
estará excesivamente presionado por su grupo editorial y el mercado que lo
envuelve, forzándole a una producción literaria excesiva que, en aras de los
beneficios mercantiles, pueda restarle calidad. Porque ¿no sería admisible que la voracidad de los que se
benefician de los éxitos colaterales de Murakami no lo estén presionando al
extremo de obligarlo a escribir aprisa y corriendo? No sé; a veces lo creo y a
veces lo dudo. Considero a Murakami un ser muy libre que a estas alturas de su
carrera literaria debería estar por encima del bien y del mal, escribiendo por el
exclusivo placer de escribir y sin dejarse manejar por otros intereses que más
tengan que ver con el yen que con la innegable calidad de toda su obra
literaria.
Y dicho lo que antecede tengo que añadir que, sin llegar a la
altura de las anteriores, Los años de
peregrinación del chico sin color, aun con algún que otro fallo de
traducción, es otra genialidad de este autor nipón al que hay que leer por el puro
placer de zambullirse en una literatura magnífica impregnada de una realidad mágica distinta. En su caso de estilo japonés.