En los últimos tiempos somos muchos los escritores que
publicamos libros históricos o más bien novelas de ficción histórica. En mi
caso, tengo un ejemplar de cada: una ficción
histórica sobre la llegada de los Omeya al hispánico reino visigodo tras la
invasión árabe del 711 (Mi amor por un reino
en Córdoba) y un libro histórico
sobre la agonía y muerte del general Franco (El paciente de El Pardo).
En Mi amor por un reino en Córdoba, los hechos históricos ciertos dan luz verde a mi fantasía para estructurar una trama argumental que, aun respondiendo al rigor de los hechos, me inspiran momentos, vivencias y situaciones que son producto de mi exclusiva imaginación lo que implica una relativa desviación de los auténticos acontecimientos históricos. En El paciente de El Pardo describo, como testigo directo y sin brindis a la fantasía, la larga y dramática agonía de un jefe de Estado, hasta su fallecimiento.
Para mí está claro a qué géneros pertenecen ambas obras: La primera, a ficción histórica y la segunda a historias reales. Me pregunto si los lectores no acaban por confundir ficción con realidad, a pesar de que en la sinopsis se deja bien claro a qué modelo literario pertenece cada una.
En Mi amor por un reino en Córdoba, los hechos históricos ciertos dan luz verde a mi fantasía para estructurar una trama argumental que, aun respondiendo al rigor de los hechos, me inspiran momentos, vivencias y situaciones que son producto de mi exclusiva imaginación lo que implica una relativa desviación de los auténticos acontecimientos históricos. En El paciente de El Pardo describo, como testigo directo y sin brindis a la fantasía, la larga y dramática agonía de un jefe de Estado, hasta su fallecimiento.
Para mí está claro a qué géneros pertenecen ambas obras: La primera, a ficción histórica y la segunda a historias reales. Me pregunto si los lectores no acaban por confundir ficción con realidad, a pesar de que en la sinopsis se deja bien claro a qué modelo literario pertenece cada una.
Digo esto porque creo que, con el paso de los años, la
historia acaba por convertirse más en lo que los escritores cuentan de ella que lo que los historiadores describen con rigor investigador y científico.
Si uno lee las biografías de Napoleón
Bonaparte o Maria Antonieta de
Stefan Zweig, donde la historia se adoba con una buena dosis de ficción
imaginativa, o más cerca de nuestro tiempo El
Legado de Blanca Miosi, o La Catedral
del Mar de Ildefonso Falcones, por ejemplo, la descripción de los hechos
que hacen estos escritores, con evidente maestría y un fuerte poder de
convicción, pueden llevar al lector a creer la historia tal como la cuentan estos
geniales fabuladores. Hay numerosos ejemplos de excelentes novelas históricas
que certifican lo que digo.
En razón de esto me pregunto qué sería lo más conveniente:
¿Pedir a los verdaderos historiadores un poco de imaginación literaria para
hacer más digeribles y amenos sus densos y en ocasiones aburridos textos, o
reclamar de los novelistas históricos un poco menos de imaginación y un mayor
apego a la autenticidad de los hechos históricos?
Creo que daría igual porque, al fin y a la postre, lo
importante es pasarlo bien mientras se tiene un libro en las manos ya que la
historia, queramos o no, acaba siempre por pervertirse en lo que interesadamente
cuenta los hombres y no en la verdadera realidad de cómo los acontecimientos se
desarrollaron. ¿O creen ustedes que la barcelonesa Agustina de Aragón mató
(ella solita) tantos franceses como dicen las crónicas o que el Cid Campeador ganó batallas
después de muerto como narran los versos del Cantar del Mío Cid?