Prometeo fue un titán de la mitología griega quien con sus buenas artes consiguió engañar a Zeus para robarle el fuego a los dioses y
entregárselo a los hombres. El dios supremo del Olimpo para castigar esta
osadía ordenó atarlo a una roca donde un buitre devoraba cada día una
parte de su hígado que espontáneamente se regeneraba por las noches,
repitiéndose de manera indefinida este ciclo torturador.
No es posible saber hoy si los griegos clásicos, y
más que nadie Esquilo quien en su Prometeo
encadenado da detalles de estos hechos, conocían ya entonces que de todas
las vísceras del hombre, el hígado es el único órgano con capacidad para
auto-regenerarse.
La regeneración visceral es el gran reto que la medicina
tiene planteado desde hace algunos años. La terapia con células madre es un
sueño que empieza a hacerse realidad en el hígado y fuera de él. Por ejemplo,
en el páncreas y en el corazón.
Se sabe desde hace tiempo que un hígado reducido a un 25%
por efecto de un accidente, una enfermedad o una donación es capaz de alcanzar por
sí solo su volumen habitual y recuperar su funcionalidad. El hígado, con sus
300 trillones de células, es la única víscera en la que existen células madre
activas capaces de regenerar el tejido destruido por el alcohol, ciertos virus
o determinados agentes tóxicos.
Sería maravilloso que el mito de Prometeo pudiera ser
aplicado a algunas otras cosas de nuestro día a día. ¿Se imaginan a un buitre
devorando todas las cosas malas de este mundo para que desde lo que quedara de
bueno se regenerara una nueva sociedad más justa, más solidaria, más honesta y
menos egoísta?
No sé por qué mientras escribía esto último se me vino al pensamiento ese palacio de estilo neoclásico situado en la carrera de S. Jerónimo, de Madrid, en el que los leones guardianes los imagino a veces, ilusamente, como mágicos buitres regeneradores de mejores sueños.
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