Aprendí cosas curiosas y otras no tanto cuando hice la mili.
Aun estaban vigentes algunas viejas reglas de las Ordenanzas Militares de los
tiempos de Carlos III en las que se recogían apuntes tan estrafalarios como: “el soldado por el mero hecho de serlo deberá ser severamente castigado” o “el valor
se le supone” o “la veteranía es
un grado”.
Cuando se es joven estas cosas se entienden mal y se
asimilan peor, sobre todo lo de la “veteranía”. A la edad de veinte años los
jóvenes se consideran con la suficiente madurez como para que ningún anciano
tenga que venir a enseñarles nada. Sin embargo, yo creo que en todas las
manifestaciones de la vida, y en especial en las diversas actividades
profesionales, la veteranía, si no es un grado, sí otorga, al menos, una visión
más panorámica de la vida que nos permite movernos con mayor cautela en la
mayoría de los charcos que pisamos.
Digo esto, porque en la manera de escribir de cada autor esa
amplia visión del mundo que confiere el paso de los años (la veteranía) no sólo modifica el
estilo sino sobre todo el contenido argumental y la forma de contarlo.
El joven escritor, ese que piensa que su primera novela le
concederá, de golpe, la gracia y el reconocimiento universal, no escribe desde
sus vivencias (porque apenas las tiene) sino que lo hace desde su emoción
arrebatada fruto de su ímpetu juvenil.
Es la edad de oro del poeta. Está bien este modo de afrontar el oficio
pero, en el transcurso del tiempo se dará cuenta de que aquella actitud un
poco impulsiva, casi irreflexiva, podría llevarle por caminos a veces
contradictorios y en ocasiones decepcionantes. Es comprensible que lo que el
escritor joven pretende es darse a conocer y que los lectores le reconozcan sus
maravillosos escritos, con entusiasmo y sin críticas acerbas.
El escritor maduro lo hace, por supuesto, desde las
emociones acumuladas en su etapa juvenil pero lo hará desde la reflexión, desde
la templanza y recreando en sus palabras las vivencias que a lo largo de sus
años fueron jalonando las etapas más interesantes y fecundas de su vida.
El escritor mayor, el viejo, redactará sus escritos con menos
emoción que cuando era joven; lo hará con mayor cautela, poniendo el acento en
los hechos pasados y tratando de amortiguar sus nostalgias con el bálsamo de sus
textos pero, sobre todo, el viejo escritor se apoyará en su memoria para que,
acogiéndose al agridulce abrigo de los recuerdos, vierta sobre el papel, dulcificándolas,
las frustraciones que traicionaron una existencia en la que, angustiosamente, presiente próximo su fin.
Son formas de escribir que vienen inexorablemente marcadas
por los tiempos de la vida a los que, por mucho que nos resistamos, no
podremos combatir. Por eso, antes de iniciar la lectura de cualquier novela
siempre me intereso por la edad en la que el autor la escribió. Ello me
condiciona y me prepara para comprender mejor lo que quiso expresar en ella.
Pues eso, cada edad tiene su tiempo y cada tiempo su afán,
tanto si se canta como si se escribe.