Que los tiempos están cambiando no es ninguna novedad y que
eso ha ocurrido a lo largo de la Historia y en todos los pueblos de la Tierra,
también.
La irrupción de Internet en nuestras vidas y los nuevos
sistemas de comunicación han dado un vuelco de 360 grados al panorama social
involucrando todas las manifestaciones de la sociedad actual que, en muchos
casos, asiste perpleja a unos cambios, imprevisibles hace poco tiempo. El mundillo literario no iba a escapar a
este imparable fenómeno.
No creo, como dicen los pesimistas o las estadísticas rigurosas, que hoy se lea menos que antes. Pienso que se lee lo mismo, o incluso más, pero se hace con otros gustos y tendencias, con distintas referencias, con diferentes propósitos. El lector de hoy (que no es sino el propio hombre que asiste confundido a los profundos cambios de una sociedad en constante movimiento y a la que en ocasiones no entiende) busca en la lectura, preferentemente, un referente lúdico que lo aleje y lo abstraiga de la dura realidad cotidiana. Son pocos los lectores que buscan hoy en día un tipo de lectura que podríamos llamar sólida. Al contrario, el lector de nuestro tiempo persigue la evasión de sí mismo, de su entorno y hasta de su propia realidad y trata de mirarse en el espejo de otros para así imaginarse mundos diferentes que le procuren, al menos en su fantasía, el acercamiento a escenarios más felices, por irreales que puedan llegar a ser.
No es casual que en las listas de los últimos años los libros más vendidos sean los de
viajes, de cocina, de deportes y deportistas, de cine, de belleza, salud y bienestar, de
enzimas prodigiosas, de dietas milagro, de humor, de chistes, de políticos
oportunistas que cuentan sus vidas tratando de lavar sus pasados inconfesables,
de biografías de celebrities que no
han cumplido los treinta, de presentadores de medios más o menos populares y
hasta puede encontrarse alguna que otra novela como El juego de Ripper de Isabel Allende que por la popularidad de su
autora y por la fidelidad de sus lectores está situada en el lugar “que no le
corresponde” habida cuenta las tendencias compradoras del momento.
El título de este post
se pregunta si son los gustos literarios los que han cambiado o si es el nivel
cultural el que ha bajado. Sinceramente, no lo sé; respóndase usted mismo. Lo
que si me queda claro es que, en base a lo hasta ahora expuesto, sólo quedan dos tipos de lectores: Por un lado, esa
abrumadora mayoría que busca la evasión
en textos que cuentan cosas, tal vez interesantes pero sin ningún atractivo literario, y otros (los
menos) que tratan de conseguir un tipo de lectura que podríamos calificar de excelencia
literaria, con todo lo que de ambiguo y confuso tiene ese término.
Y si hay dos tipos de
lectores hay también dos tipos de
escritores; unos; los que escriben para esa masa lectora predominante que
busca en los libros temas distendidos para pasar tan solo un buen rato. Son
aquellos que podríamos calificar como escritores circunstanciales, que no
suelen ser profesionales de la pluma y el papel y que, forzosamente, tienen que
ser asistidos por otros (los llamados negros)
que les redactan, al dictado, sus bestsellers. Luego están los otros; los escritores de oficio (de poco o nulo
beneficio) cuyo principal objetivo no es vender; a veces, ni tan siquiera darse
a conocer, sino que escriben por el puro placer de hacerlo, y hacerlo bien. Son
los desconocidos, los que en la mayoría de los casos son rechazados por las
editoriales (que sólo se interesan por sus cuentas de resultados) y los que,
afortunadamente en estos días, se acogen al recurso de las plataformas
editoriales para exhibir sus obras entre millones de títulos con la remota
esperanza de que algún despistado lector haga una descarga (legal) de vez en
cuando.
Efectivamente, el mundo y sus circunstancias ha cambiado de
manera dramática pero, a pesar de todo, yo creo que lo ha hecho para bien. Nos
toca vivir ahora el siglo XXI. Tenemos que aceptar, por tanto, un momento de la
historia en el que los títulos clásicos de la literatura, e incluso los más
recientes, ya sólo sirven para ser exhibidos en los anaqueles de las librerías
de las casas elegantes donde los libros estratégicamente colocados realzan
el decorado y ennoblecen al dueño.
Ahora estamos en otro momento literario. Es el tiempo en el que Ambiciones y Reflexiones de Belén Esteban, escrita por un negro llamado Boris Eizaguirre, ha llegado a vender más de cien mil ejemplares en
su primer mes. O libros de un político estrafalario y chistoso como Revilla que contando sus gracietas se
está forrando. Pero visto el panorama y por más que pregunte a la gente de mi
variopinto entorno nadie me reconoce haberlos comprado. ¿Será que el lector de
evasión se avergüenza de que le vean en las manos con un libro de estos
géneros? Tampoco es para tanto, hombre, si lo que se trata es de fomentar el buen hábito de la lectura.