EL HOMBRE QUE SOBREVIVIÓ A DOS
BOMBARDEOS ATÓMICOS.
Parece el título de una novela pero fue un hecho completamente real.
Los días 6 y
10 del pasado mes de agosto se cumplió el 75 aniversario de los bombardeos
atómicos a las ciudades niponas de Hiroshima y Nagasaki.
Por primera
vez en la historia, el hombre fue plenamente consciente de que la destrucción
del planeta Tierra podría ser fácilmente llevada a cabo por los mismos hombres que lo
habitan. ¡La locura!
Tsutomi Yamaguchi, era por aquellas fechas un
ingeniero naval contratado por la empresa Mitsubishi. A pesar de su juventud (el ingeniero contaba a la sazón 29 años) ya le habían asignado puestos de alta
responsabilidad.
Desde junio
de ese mismo año de 1945, supervisaba la construcción de un buque en los astilleros del puerto de
Hiroshima, una ciudad distante unos 400 kms al norte de Nagasaki, la ciudad donde Yamaguchi residía con su mujer y su hijo de tres años.
El día 5 de
agosto, dio por concluida su misión naval y se dispuso a regresar a Nagasaki.
Decidió
que lo haría al día siguiente: ¡el demoníaco día 6!
La fatalidad
hizo que, cuando apenas había iniciado su viaje de regreso, se diera cuenta de
que había olvidado en las oficinas de la Mitsubishi toda su documentación y su
identificación personal. No le quedaba otra que dar marcha atrás.
En el camino
de retorno, de repente, pudo escuchar por encima del ruido del motor de su
automóvil, el estruendo de un bombardero Boeing B29 de las Fuerzas Aéreas del Ejército
Norteamericano que se posicionaba sobre la vertical de la ciudad donde él tenía
que recoger los papeles olvidados.
Yamaguchi no
pudo ver el avión, tan solo escuchaba su rugido atronador. Unos segundos
después el cielo se iluminó con un destello cegador al tiempo que
una insoportable llamarada de calor lo invadió todo.
El B29
llevaba grabado en su fuselaje el nombre de Enola
Gay. A los mandos de aquella bestia infernal se sentaba el comandante
Paul Tibbets, acompañado por una tripulación de otros 5 hombres. El artefacto
mortífero que el avión cargaba en sus bodegas había sido bautizado con el
irónico nombre de Little boy.
Eran las
ocho horas y quince minutos de la mañana del día 6 de agosto de 1945, cuando Yamaguchi a tres kilómetros y medio de distancia del epicentro donde cayó el
artefacto atómico pudo ver, con espanto, el impacto que acaba de arrasar una
ciudad bella y tranquila donde había vivido los dos últimos meses con la misión de verificar la construcción de un barco para la Marina
nipona.
De inmediato comprobó con horror que en su cara, en sus brazos y en sus manos se levantaban dolorosas
ampollas secundarias a las graves
quemaduras que le había provocado la onda térmica cuya temperatura en el
momento de la explosión alcanzó más de cien mil grados. Sus ojos quedaron cegados por un tiempo que no
pudo determinar y la audición de su oído izquierdo la perdió al reventar su
tímpano por la violencia de la onda expansiva.
Aquella
bomba atómica mató de manera fulminante a casi cien mil habitantes de la ciudad
destruida. Otros setenta y cinco mil más irían muriendo, tras indescriptibles
agonías, en los años siguientes víctimas de las quemaduras, el cáncer y el
suicidio. En total, llegaron a contabilizarse más de un cuarto de millón de
víctimas de aquella monstruosidad inhumana.
Yamaguchi,
tuvo mejor suerte que otros. Cubierto de vendajes y sin entender del todo qué
es lo que había sucedido pudo, dos días después, abandonar el puesto de socorro
donde había sido atendido y regresar a la ciudad de Nagasaki donde cuarenta y ocho
horas más tarde le esperaba una nueva tragedia.
Al llegar a Nagasaki,
en medio de su gran confusión mental, explicó a su mujer y a sus superiores de
Mitsubishi que de pronto había escuchado el rugido de un avión al que siguió un
deslumbrante fogonazo blanco que iluminó con violencia un amanecer neblinoso y
que una onda expansiva lo desplazó varios metros golpeándose contra superficies
duras que no podía recordar. Vio, sin entender nada, cómo aquella terrible explosión pulverizó el edificio de su empresa y a todos los que su vista podía
alcanzar. La ciudad de Hiroshima, en un instante, había desaparecido del mapa.
Cuatro días
después de la explosión, estando ya en la ciudad de Nagasaki, Yamaguchi fue
nuevamente víctima de la segunda explosión atómica de la historia. Como en la
primera ocasión tuvo la “suerte” de encontrarse a más de tres kilómetros del
epicentro y los daños sufridos no le costaron la vida aunque sí, nuevas heridas.
En sus
memorias manifestó que durante muchos años creyó que el hongo atómico que vio levantarse sobre Hiroshima le persiguió hasta Nagasaki y que esa horrible sensación le
acompañó durante toda su vida. Se consideraba un hombre "perseguido por un hongo atómico interminable."
A pesar de todo, se sentía un
privilegiado. Solía decir que él había sido el único superviviente a dos
explosiones atómicas sin que ello le hubiese provocado las horribles lesiones
que otros sufrieron. Sin embargo, también manifestó que aquellas terribles experiencias marcaron su vida para siempre.
Durante más
de quince años tuvo que ser asistido periódicamente para tratar las úlceras cutáneas que le provocó la onda térmica y que le dejaron horribles cicatrices.
Nunca recuperó la audición de su oído izquierdo y su visión sufrió alteraciones
incurables.
No concluyó
ahí su dolor. Tuvo que asistir a la muerte temprana de su esposa y de su hijo víctimas
de un cáncer secundario a la radiación que dejó la bomba. También él fallecería
a causa de un cáncer pero eso le llegó a la edad de 92 años.
Durante su
convalecencia se dedicó al estudio del inglés, una lengua en la que quiso
expresarse para que los que arrojaron las bombas atómicas que segaron las vidas
de miles de sus compatriotas comprendieran al fin, cuánto habían hecho sufrir a
su amado país del Sol Naciente.
El resto de su vida la dedicó a
escribir poemas para relatar el horror que había vivido y hasta pudo
expresarse en la Sede de las Naciones Unidas para alertar al mundo sobre los
horrores de una guerra nuclear.
Quince días
después de que el director de la película Titanic, James Cameron, viajara a Nagasaki para conocerlo y pedirle
autorización e información para hacer una película sobre su vida, Tsutomi Yamaguchi alcanzó al fin la
paz.
Les dejo
para finalizar uno de sus poemas más expresivos:
Una corriente de cuerpos humanos
Gran Hiroshima
hoy despierta entre llamas
y clamorosa.
En el río, hacia mi
flujo de cadáveres.
La lluvia negra que cae en mis sueños
la Corriente Humana que lleva el río
los efectos del pika-don que consumen mi ser.
Cuerpos flotando
como linternas de agua
venerando almas.
Mi alma también fluye
y se va al otro mundo.