Se dice en el Génesis (2:5) que fue Eva la que en el Jardín del Edén convenció a Adán para que, contraviniendo las órdenes del Creador,
probara la manzana prohibida que le ofrecía la serpiente. Buscaban con ello
hacerse tan poderosos como Dios y así gobernar el Universo. Tenían permitido comer los frutos de todos los árboles, en especial los del "árbol de la vida" pero no los del "árbol de la ciencia" y mire usted por donde, la tentación diabólica en forma de serpiente les hizo caer en la desobediencia divina.
Cometido aquel primer pecado original, la espada justiciera
de un ángel los arrojó del Paraíso pero, de inmediato, Dios Magnánimo,
compadecido del sufrimiento de sus dos primeras criaturas humanas, les ofreció
a cambio del perdón un peculiar modo de redención. A Adán lo sentenció a “trabajar la tierra y ganarse el pan con el sudor de su frente”. Fue más duro
con Eva a la que habló de esta forma: “Parirás a tu hijos con dolor y
pagarás con sangre tu afrenta”.
Adán, varón domado como todos sus descendientes, no dijo
nada y la acató con resignación pero la astuta Eva aun tuvo la
osadía de negociar con Dios el pago aplazado de esa deuda.
El Creador hizo un cálculo rápido de la propuesta de la
mujer y concluyó que si el cuerpo de Eva contenía unos cinco litros de sangre
de los que tendría que obtener un rédito suficiente, tendría que exigirle, al
menos durante treinta años, unos “pagos periódicos” de unos cien mililitros con
lo que las más de 350 "donaciones" que Eva tendría durante ese período serían
suficientes para pagar holgadamente y con intereses el pago aplazado de su
insolencia.
Dios y la mujer llegaron rápidamente a un pacto, y así, de esa manera
tan divinamente astuta, fue como el Creador impuso a Eva y a todas sus hijas el
tributo de la periódica menstruación que desde los lejanos tiempos del perdido
Paraíso viene reproduciéndose en cada hembra con cada ciclo lunar.
También cuenta la tradición oral que tras los nacimientos de Caín y Abel y porque su nuevo paraíso ya no era lo que fue, Adán y Eva acabaron divorciándose, un mal ejemplo que luego han seguido, desgraciadamente, muchos de sus descendientes.
También cuenta la tradición oral que tras los nacimientos de Caín y Abel y porque su nuevo paraíso ya no era lo que fue, Adán y Eva acabaron divorciándose, un mal ejemplo que luego han seguido, desgraciadamente, muchos de sus descendientes.