Hoy, que ya estamos
en otoño, me gustaría contarles algo sobre un trastorno psicológico terrible
y muy preocupante: la depresión que sufre una proporción elevada de personas
que, en el otoño de sus vidas, ya atravesaron esa inhumana barrera de lo que se
ha venido en llamar la tercera edad, con sus malas
consecuencias.
"Los viejos de la sopa" F. Goya. |
Sin darnos cuenta (¿o
sí?), hemos creado un mundo cruel de viejos solitarios. Sobre todo en las
grandes ciudades. No hay más que dar una vuelta por algunos parques o por
determinados centros comerciales para ver la ingente cantidad de hombres y
mujeres solitarios a los que la sociedad les puso el día que cumplieron 65 años
la etiqueta de “inservibles” y que por matar el tiempo han encontrado en esos
lugares de paso sus improvisados refugios.
Algunos son
considerados a pesar de todo como abuelos aprovechables. A muchos se
les carga abusivamente con obligaciones más o menos domésticas,
responsabilizándolos de unos nietos a veces difíciles de sujetar y aportando su
granito de arena al sostenimiento de unos hogares jóvenes cada vez más
desbordados por el trabajo, las responsabilidades, la ansiedad y la penuria.
Según las
estadísticas socio-psiquiátricas, más de un 20% de la población de más de 65
años sufren manifestaciones, más o menos graves, de depresión. La mitad de
ellos desconocen su problema. La tristeza del abuelo, su torpeza y hasta el
descuido en su aspecto e higiene son considerados por su entorno como achaques irremediables de la vejez, cuando en realidad se trata de un auténtico
estado depresivo tan grave que en algunas ocasiones les conduce al suicidio.
No creo que la
sociedad sea consciente de que a estas edades el autoexterminio por diferentes
métodos alcance sus cotas más altas llegando a representar un 15% en el
cómputo total. Afortunada o desafortunadamente la torpeza o el propio estado
depresivo hace que sólo consigan quitarse la vida uno de cada cuatro ancianos
que lo intentan.
Y en el fondo es
comprensible. El jubilado, de un día para otro, pasa de la capacidad completa a la absoluta invalidez, ignorado por una sociedad a la que sirvió durante tantos
años. Si a esto sumamos la merma en los ingresos por unas pensiones en muchos
casos raquíticas que obligan a cambios drásticos en sus modos de vida o
la pérdida del cónyuge con el que han compartido años de convivencia, es lógico
pensar que el cataclismo psicológico en el que se ven envueltos, con el
agravante de la falta de comprensión del entorno, les haga adoptar resoluciones
catastróficas.
No hay que tomar a la
ligera los insidiosos síntomas que presentan estas personas. Las cifras son escalofriantes. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, en 2008 fueron
más de mil los suicidios de personas mayores de 65 años, que previamente ya
habían manifestado esas tendencias y que en muchos casos habían acudido al
médico de cabecera buscando un apoyo imposible. El 80% de los que se quitan la
vida son varones. También en esto las mujeres tienen una pequeña ventaja.
Pues por si no lo sabían, ya se han
enterado de la tragedia que a diario sufre un grupo muy numeroso de mayores,
acogidos muchos de ellos en centros para viejos, a los que la sociedad llama
con ternura “centros de acogida para la tercera edad” con lo que nuestras poco
comprometidas conciencias quedan a salvo de reproches. Un drama.