Decía don José Manuel Lara (padre) con aquel gracejo andaluz que le era tan propio que “un negocio que no te da pa levantarte a las once de la mañana ni es negocio ni es ná”.
Tenía razón el viejo y astuto Lara quien, en su larga y procelosa vida, ejerció todos los oficios de supervivencia en una España hambrienta y miserable para, al final, venir a comprar e impulsar una editorial en banca rota, como era Planeta en los años cincuenta del pasado siglo.
Contaba Lara que el primer premio, otorgado a Juan José Mira por la obra En la noche no hay caminos, estuvo dotado con 40.000pesetas, una pasta sustanciosa para aquel tiempo, mas aún así, el ganador prefirió ser invitado con su esposa y la de Lara a una cena en vez de cobrar aquella nada despreciable suma de dinero.
Hay que pensar, forzosamente, que el premio Planeta, en sus orígenes, se regiría por criterios de auténtica calidad literaria, aunque siendo Lara quien era, permítanme que me acoja al beneficio de la duda visto lo que luego ha venido pasando con las concesiones de un premio en creciente desprestigio, desde hace muchos años.
Es de todos conocido que el Planeta no se otorga; se pacta, y dicen que hasta con cinco años de antelación. Pero visto el actual panorama literario desde el punto de vista empresarial, que es y sigue siendo, legítimamente, el primun movens de los Lara, uno se pregunta: ¿y con esos gastos tan faraónicos consiguen obtener beneficios?
La cuantía del premio asciende a un total de 750.000 euros entre ganador y finalista, pero a eso hay que sumarle un añadido de daños colaterales que posiblemente dupliquen esa cifra entre lectores de originales, jurado, promoción, viajes, regalos, impresión, distribución y hasta la cenorra de gala para unos mil gorrones a la que asisten los notables de Cataluña y ministros de Cultura de eso que desde allí llaman eufemísticamente “El Estado”. Y ahora díganme: ¿ustedes creen que novelas como las de los últimos años son capaces de amortizar sobradamente los fastuosos gastos y encima dar dividendos de retorno? Yo me resisto a creerlo aunque, por encima de todo, me digo a mí mismo: “los Lara no tienen un pelo de tonto y ellos sabrán bien lo que hacen” aunque no sé si estoy o no en lo cierto.
Los más ingenuos dicen que el Planeta es un “delicado y barato regalo de Navidad” y que con esas ventas ya cubren gastos. Regalar cultura es algo muy fino y un detalle que erosiona poco el bolsillo, pero aunque la Navidad durara tres meses ¿ustedes creen que hay tanta gente comprando el Premio Planeta del año aunque sea un oportuno y no excesivamente oneroso presente navideño?, pregunto. Porque dicen que del PVP de un libro, el distribuidor se lleva el 50%, el librero un 15%, el autor un 10% y el pobre editor el 25% restante. Tampoco es como para tirar cohetes.
Los más ingenuos dicen que el Planeta es un “delicado y barato regalo de Navidad” y que con esas ventas ya cubren gastos. Regalar cultura es algo muy fino y un detalle que erosiona poco el bolsillo, pero aunque la Navidad durara tres meses ¿ustedes creen que hay tanta gente comprando el Premio Planeta del año aunque sea un oportuno y no excesivamente oneroso presente navideño?, pregunto. Porque dicen que del PVP de un libro, el distribuidor se lleva el 50%, el librero un 15%, el autor un 10% y el pobre editor el 25% restante. Tampoco es como para tirar cohetes.
Como experiencia personal puedo decir que una de mis novelas titulada El amor en los tiempos del chat quedó la tercera en el Planeta de 1999 y otra, presentada para la ocasión bajo el título de La piel porosa del caracol(Hoy renombrada como Hora y media a Manhattan) quedó la quinta en el certamen del 2000. Los ganadores de una y otra convocatoria fueron, respectivamente, Espido Freire con Melocotones helados y Maruja Torres con Mientras vivimos. Y ahora viene el debate: ¿Tras recibir este importante galardón económico, las autoras premiadas en estas y en otras convocatorias vieron proyectada su carrera literaria hacia donde todos esperaban? Personalmente, creo que no; al día de hoy poco sabemos de ellos y ellas. Y si no me creen los invito a repasar la lista de premiados, que es fácilmente accesible desde Google, para así constatar sus éxitos literarios posteriores al Planeta. Ergo: ¿dónde está el negocio de la editorial para hacer de los premiados una relación nominal de los que ellos llaman “los de la casa” y que con posterioridad no han vuelto a hacer nada relevante?
En repetidas ocasiones he comprado ganadores Planeta y finalistas Planeta, pero salvo en contadas ocasiones, que podrían contarse con los dedos de una oreja, he tenido que abandonar prematuramente la lectura, aburrido, tanto por la simpleza temática como por el poco estimulante estilo literario. Y ésta no es una opinión exclusivamente mía sino que es abrumadora y desafortunadamente compartida por muchos.
Hoy, que es “el día después” al de santa Teresa, la gran poetisa mística, hablan las noticias del Premio Planeta como “el más importante galardón del mundo literario en lengua española”, cuando desde mi humilde punto de vista, no es si no el premio monetariamente más cuantioso de cuantos existen en el panorama editorial español. Y nada más.
El problema no está tanto en la farsa como en el descrédito de la novelística española y en la desconfianza que se genera ante cualquier certamen literario, llámese Planeta, Nadal, o cualquiera de los cientos de convocatorias literarias como se hacen anualmente en incontables lugares de la geografía nacional. Y no es de recibo que paguen justos por pecadores, porque quién sabe si el Premio de Poesía que convoca, por poner un ejemplo, Matalaguarra de Abajo, dotado con 150 euros, se concede en base a criterios estrictamente vinculados a la calidad literaria y no a espurios intereses derivados del parentesco existente entre el autor ganador y el cuñado del concejal de Cultura.
Con ejemplos, tan poco estimulantes, es todo un milagro que aun existan en este país quijotes del papel y la tinta. Por eso Larra continúa hoy más vigente que nunca: “Escribir en este país es llorar”.
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