miércoles, 30 de abril de 2014

El primer y último capítulo

Alguien dijo alguna vez que escribir un libro no es nada complicado. “Se trata, tan sólo, de iniciarlo con una bella frase y luego rellenar doscientas o trescientas páginas de algo que pudiera interesar a los demás.”

Vistas así las cosas, al "ingenioso" que dijo tal cosa le asistía, en parte, la razón pero yo abundaría en su argumento ampliando la primera frase al primer capítulo cuya extensión, además, debería ser la más corta de todo el texto.



¿Cuántas veces nos han hablado de una novela “fantástica” cuya lectura nos ha resultado tan tediosa en el primer capítulo que ahí mismo la hemos abandonado? Y es que los tiempos que vivimos son tan apretados que ni tenemos la paciencia de generaciones pretéritas ni estamos para perder el tiempo en lecturas que nos resultan infumables.

Para empezar con buen pie, la primera frase de una novela debería ser un diamante y el resto de las palabras que compongan el primer capítulo escritas con letras de oro. Pero esto tan sólo garantiza el interés inicial del lector. La novela, en su conjunto, tiene que estructurarse, tanto por forma como por fondo, de una manera tal que la atención del lector no decaiga nunca o si lo hace que sea en un tono tan leve que el defecto quede diluido entre lo bueno del conjunto de la obra.

El argumento, la mayoría de las veces, por lo conciso, nos puede obligar a “divagar” en los capítulos centrales para alcanzar esos doscientos o trescientos folios que dan “cuerpo” a un texto. Hay que huir de eso. Baltasar Gracián nos dejó dicho que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Hay excelentes novelas que extralimitan sus páginas con descripciones de escenas o paisajes que, en estos tiempos de abundante material iconográfico, carecen de interés y sobre todo de sentido resultando pesadísimas, en la mayoría de las ocasiones. Hay que procurar, además, que el lector deje abierta su imaginación para que él mismo dibuje los escenarios y que de esa forma participe activamente con el autor en la confección de la novela. La concisión descriptiva de Albert  Camus, por tan sólo citar un ejemplo, es una excelente demostración de cómo dibujar un escenario complejo en tan sólo un par de líneas. Algunas de sus célebres novelas (por ejemplo El extranjero) no superan las 120 páginas en una edición de bolsillo, y lo mismo puede decirse de una novela de tanta repercusión literaria como El principito de Antoine de Saint-Exupéry.

Y al final; el capítulo final, tan importante o más que el primero porque debe de ser el lugar donde el planteamiento inicial y el nudo central tienen que resolverse en un desenlace ágil, creíble y que además deje en el lector ese regusto de haberse embarcado en un texto que recordará, por lo menos, durante un par de semanas y que le animará a seguir leyendo otras obras de ese autor que le procuró breves instantes de una ilusoria felicidad.

Y dicho lo anterior, hay que añadir que escribir una buena obra no se limita a un primero y último capítulo impecables sino a saber transmitir, durante todo el texto, emociones que, nacidas desde la imaginación del escritor, sean capaces de conmover el corazón del lector.

jueves, 24 de abril de 2014

La mezquita-catedral de Qórtuba

Cuentan las crónicas que en el lugar donde los visigodos levantaron en el siglo V la iglesia de san Vicente Mártir ya existía un templo dedicado a una deidad pagana cuyos perfiles han quedado desdibujados con el devenir de los tiempos.

Vista aérea de la actual mezquita de Córdoba


Es habitual que los creyentes hayan elegido siempre emplazamientos donde “la energía cósmica” fluyese de forma tan singular que los lugares de culto estuviesen en perfecta sincronía con las fuerzas ultraterrestres y en perfecta comunicación con la divinidad. Esto es lo que viene ocurriendo desde hace miles de años con ese enclave tan especial a orillas del río Guadalquivir.

Cuando las huestes árabes al servicio del califa de Damasco llevaron a cabo las primeras incursiones militares bajo el mando de Musa Ibn Nusayr y Tariq Ibn Zyiad, que acabaron destronando a don Rodrigo, último rey visigodo, el nuevo emir omeya, Abd al-Rahman I “al-Dájil”, negoció con el obispo de Córdoba (allá por el 780 de nuestra era) la compra del solar donde se levantaba la iglesia cristiana de san Vicente para construir sobre ella la primera mezquita-alhama de la nueva Qórtuba que, con el paso de los siglos, se convertiría en el más bello y magnífico monumento religioso del Islam en Occidente. Otros emires y califas que sucedieron a “al-Dájil”, como Hisham I, al-Mansur o al-Hakam II, contribuyeron para hacer de aquella edificación el más portentoso templo islámico de todo el orbe conocido.

El mihrab de la mezquita
La reconquista de los reinos islámicos de la península Ibérica convirtió a Córdoba en una nueva plaza cristiana tras las batallas llevadas a cabo por el rey san Fernando en 1236. A partir de entonces, la mezquita-alhama fue reconvertida en catedral cristiana. Otros monarcas posteriores llevaron a cabo profundas transformaciones interiores hasta alojar dentro del palmeral pétreo más fascinante del mundo una catedral cristiana de diversos estilos (gótico, renacentista y barroco) que convierte a este templo multicultural y multirreligioso en algo único en el mundo.

Desde los tiempos de san Fernando la mezquita-catedral de Córdoba ha sido propiedad de la Iglesia Católica bajo cuyos auspicios, cuidados y desvelos ha sobrevivido a todas las inclemencias y vicisitudes que marcan el paso inexorable de los años. También ha recibido y sigue recibiendo ayudas gubernamentales y privadas para su sostenimiento y conservación. Desde 1994, la UNESCO la convirtió en Patrimonio de la Humanidad.

Columnata de la época de al-Hakan II

En estos días, para sorpresa de los que amamos y profundamente respetamos aquel sagrado recinto, asistimos perplejos a uno más de los grandes despropósitos con los que un día y sí y otro también, nos amenazan los incapaces y corruptos políticos que tras más de treinta años de poder omnímodo, han transformado una noble Comunidad como la andaluza en un patio de Monipodio. ¡Quieren hacerse con el dominio de la mezquita-catedral!

Catedral en el interior de la mezquita
Y uno se pregunta: ¿A qué viene ahora esto? Y la respuesta, muy simple, se explica únicamente por la  avidez recaudatoria de estos malversadores de caudales públicos que tratan de continuar con sus habituales trampas y corruptelas. Ningún otro afán que no sea el de la rapiña puede motivarlos a emprender una peligrosa e intolerable aventura contra uno de los baluartes más emblemáticos de nuestra vieja historia y nuestra ancestral cultura.

La mezquita de Córdoba, por cuotas de visita, ingresa anualmente algo menos de once millones de euros que son íntegramente reinvertidos en la conservación, mejoras y mantenimiento del sagrado recinto. Una cuantiosa suma de dinero que estos insaciables despilfarradores ambicionan dominar para continuar con sus desmanes y rapiñas.
Hay que confiar en la sensatez del gobierno de la nación y en las miles de voces de algunos movimientos ciudadanos para que no se permita que más de quince siglos de historia y cultura puedan caer en las irresponsables y avariciosas manos de unos ineptos de cuya habilidad para la gestión perversa y antipatrimonial hay abrumadora documentación.

Esperemos que el sentido común acabe por imponerse y que la mezquita-catedral de Córdoba, que a todos nos pertenece, siga bajo el gobierno de los que tras más de ochocientos años han sabido conservarla y engrandecerla.



Si el lector desea más información sobre la construcción de la mezquita de Córdoba y el nacimiento de al-Ándalus lo remito a una historia novelada que bajo el título de “Mi amor por un reino en Córdoba” puede encontrar en diversas plataformas editoriales.













martes, 15 de abril de 2014

Burkas y capirotes

Los usos, atuendos y costumbres de nuestros pueblos nos dejan, a veces, perplejos por lo extravagante, barroco y casi ridículo de algunos. Es el caso de ciertas prendas de uso todavía común en muchas partes del mundo, entre ellas España.

En estos días, misteriosos personajes que acompañan en sus recorridos procesionales las estaciones penitenciales de la Semana Santa, van ataviados con túnicas de diversos colores y cubiertos por fantasmales capirotes que enmascaran la identidad de quien los luce. La tradición dice que es un acto penitencial y puede que lo sea.

El capirote penitencial tiene sus orígenes en el “sambenito” que los tribunales de la Santa Inquisición imponían a los que habían pecado con actos, palabras o actitudes sospechosas de brujería o apostasía. Era una forma benévola de librarles del fuego de leña verde.

Tribunal de la Inquisición (F. de Goya)
Muchas cofradías de nuestra muy tradicional Semana Santa adoptaron, siglos atrás, este simbólico atuendo para caracterizar a los penitentes que en estos días expían sus pecados junto al paso procesional. Es un anacronismo sorprendente pero íntimamente aferrado a la más sólida de nuestras tradiciones. 

También, siniestras organizaciones como el Ku Klux Klan utilizan para sus fechorías estos estrafalarios atuendos cuya visión estremece al más valiente.

Mujeres afganas portando el burka
El burka  es una indumentaria islámica que cubre al completo el rostro y el cuerpo de la mujer. Al parecer tiene su origen en el culto a Astarté, la diosa de los sidonios, representante de la fertilidad, la sexualidad y los placeres carnales, en la antigua Mesopotamia. El culto a esta deidad exigía a todas las mujeres la obligación de prostituirse una vez al año en los bosques sagrados que rodeaban su templo. Pero, para cumplir este divino mandato y no ser identificadas, las mujeres ocultaban su cuerpo y su rostro con amplias túnicas multicolores a las que llamaban burka.

Mustafá Kemal Atatürk
Mustafá Kemal Atatürk, el padre y fundador de la moderna Turquía, era conocedor del milenario rito de Astarté. En el proceso de profundas reformas que llevó a a cabo para transformar el país quiso erradicar el burka para así aislar a los fundamentalistas islámicos partidarios de ese agobiante atuendo que oculta la identidad de la mujer y la convierte en un reducto social de ínfima categoría

Atatürk aprobó una ingeniosa ley que pretendía matar dos pájaros de un tiro: eliminar el burka y abolir la prostitución. El texto legal se expresaba en los siguientes términos: Con efecto inmediato, todas las mujeres turcas tienen  derecho a vestirse como quieran, excepto las prostitutas que siempre deberán usar el burka”. Tras publicarse esta pintoresca ley ya nadie más volvió a ver un burka en Turquía.

Lo que Atatürk no llegó a saber, porque no vivió lo suficiente, fue que su ley acabó definitivamente con el burka pero no consiguió eliminar de su nuevo país la profesión más antigua e irreductible del mundo.



miércoles, 2 de abril de 2014

Prometeo y el hígado

Prometeo fue un titán de la mitología griega quien con sus buenas artes consiguió engañar a Zeus para robarle el fuego a los dioses y entregárselo a los hombres. El dios supremo del Olimpo para castigar esta osadía ordenó atarlo a una roca donde un buitre devoraba cada día una parte de su hígado que espontáneamente se regeneraba por las noches, repitiéndose de manera indefinida este ciclo torturador.

Es posible que Zeus la tuviese tomada con los hijos de Jápeto y la ninfa Clímene ya que Atlas, hermano de Prometeo, fue también condenado a soportar la bóveda celeste por el resto de su vida.

No es posible saber hoy si los griegos clásicos, y más que nadie Esquilo quien en su Prometeo encadenado da detalles de estos hechos, conocían ya entonces que de todas las vísceras del hombre, el hígado es el único órgano con capacidad para auto-regenerarse.

La regeneración visceral es el gran reto que la medicina tiene planteado desde hace algunos años. La terapia con células madre es un sueño que empieza a hacerse realidad en el hígado y fuera de él. Por ejemplo, en el páncreas y en el corazón.

Se sabe desde hace tiempo que un hígado reducido a un 25% por efecto de un accidente, una enfermedad o una donación es capaz de alcanzar por sí solo su volumen habitual y recuperar su funcionalidad. El hígado, con sus 300 trillones de células, es la única víscera en la que existen células madre activas capaces de regenerar el tejido destruido por el alcohol, ciertos virus o determinados agentes tóxicos.

Es intrigante que en el mito de Prometeo los griegos eligiesen el hígado como la víscera con capacidad para regenerarse tras los mordiscos del buitre devorador y no otro órgano de mayor significado mítico como el corazón o el cerebro. No es posible que Hipócrates, nacido pocos años después de muerto Esquilo, fuese el médico que desvelase a los griegos los misterios del hígado. Alguien anterior al Padre de la Medicina tuvo que depositar el secreto en las cumbres más altas del Olimpo para proceder a la tortura del desventurado titán.

Sería maravilloso que el mito de Prometeo pudiera ser aplicado a algunas otras cosas de nuestro día a día. ¿Se imaginan a un buitre devorando todas las cosas malas de este mundo para que desde lo que quedara de bueno se regenerara una nueva sociedad más justa, más solidaria, más honesta y menos egoísta?

No sé por qué mientras escribía esto último se me vino al pensamiento ese palacio  de estilo neoclásico situado en la carrera de S. Jerónimo, de Madrid, en el que los leones guardianes los imagino a veces, ilusamente, como mágicos buitres regeneradores de mejores sueños.