Alguien dijo alguna vez que escribir un libro no es nada
complicado. “Se trata, tan sólo, de iniciarlo con una bella frase y luego
rellenar doscientas o trescientas páginas de algo que pudiera interesar a los demás.”
Vistas así las cosas, al "ingenioso" que dijo tal cosa le asistía, en
parte, la razón pero yo abundaría en su argumento ampliando la primera frase al primer
capítulo cuya extensión, además, debería ser la más corta de todo el texto.
¿Cuántas veces nos han hablado de una novela “fantástica”
cuya lectura nos ha resultado tan tediosa en el primer capítulo que ahí mismo
la hemos abandonado? Y es que los tiempos que vivimos son tan apretados que ni
tenemos la paciencia de generaciones pretéritas ni estamos para perder el
tiempo en lecturas que nos resultan infumables.
Para empezar con buen pie, la primera frase de una novela
debería ser un diamante y el resto de las palabras que compongan el primer
capítulo escritas con letras de oro. Pero esto tan sólo garantiza el interés
inicial del lector. La novela, en su conjunto, tiene que estructurarse, tanto
por forma como por fondo, de una manera tal que la atención del lector no
decaiga nunca o si lo hace que sea en un tono tan leve que el defecto quede
diluido entre lo bueno del conjunto de la obra.
El argumento, la mayoría de las veces, por lo conciso, nos
puede obligar a “divagar” en los capítulos centrales para alcanzar esos
doscientos o trescientos folios que dan “cuerpo” a un texto. Hay que huir de
eso.
Baltasar Gracián nos dejó dicho que “l
o bueno, si breve, dos veces
bueno”. Hay excelentes novelas que extralimitan sus páginas con descripciones de
escenas o paisajes que, en estos tiempos de abundante material iconográfico,
carecen de interés y sobre todo de sentido resultando pesadísimas, en la mayoría
de las ocasiones. Hay que procurar, además, que el lector deje abierta su
imaginación para que él mismo dibuje los escenarios y que de esa forma participe
activamente con el autor en la confección de la novela. La concisión descriptiva de
Albert Camus, por tan sólo citar un ejemplo,
es una excelente demostración de cómo dibujar un escenario complejo en tan sólo
un par de líneas. Algunas de sus célebres novelas (por ejemplo
El
extranjero) no superan las 120 páginas en una edición de bolsillo, y lo
mismo puede decirse de una novela de tanta repercusión literaria como
El
principito de
Antoine de Saint-Exupéry.
Y al final; el capítulo final, tan importante o más que el
primero porque debe de ser el lugar donde el planteamiento inicial y el nudo
central tienen que resolverse en un desenlace ágil, creíble y que además deje
en el lector ese regusto de haberse embarcado en un texto que recordará, por lo
menos, durante un par de semanas y que le animará a seguir leyendo otras obras
de ese autor que le procuró breves instantes de una ilusoria felicidad.
Y dicho lo anterior, hay que añadir que escribir una buena obra no se limita a un primero y último capítulo impecables sino a saber transmitir, durante todo el texto, emociones que, nacidas desde la imaginación del escritor, sean capaces de conmover el corazón del lector.
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