EL DECLIVE (Novela)
…viene del post anterior...
ACUARIO
Te ha llamado el vicepresidente y lo has
mandado a la mierda. No sabes si ha sido por dignidad profesional, por
independencia periodística o simplemente por soberbia.
Con el paso del tiempo te has ido dando cuenta
de que no hay peores consejeros que la efímera fama y el empacho que provoca el
éxito. Has tratado de echarle un pulso al poder y has perdido, como era de
esperar. Qué necesidad tenías de llevar a tu programa a gentes que se
aprovecharían de tu ingenuidad para encender soflamas antisistema. Ya te habías
salido del guión en un par de programas anteriores y para colmo, no hiciste
caso a los mensajes tan contundentes como persuasivos que te habían hecho
llegar desde los círculos más próximos al establishement.
A partir de entonces estuviste señalado. Marcado con una diana en mitad de tu
rostro. Te lo advirtieron y no quisiste hacer caso. Al final caiste como caen
todos los que se creen más fuertes que el poderoso. Pensaste que eras David
frente a Goliat. Tu último y definitivo programa hizo mucho daño al gobernante,
pero más aun al partido. Luego te creíste las llamadas de apoyo y solidaridad
de los que tras colgar el auricular descorchaban las mejores cosechas para
celebrar tu fracaso. Lo que vino después estaba anunciado. La historia se
repite de manera incesante para que el hombre no olvide su condición de
instrumento sometido. Al mes de tu descalabro no había una sola puerta a la que
pudieras llamar sin que te repudiaran como a un apestado.
Os citasteis poco después en Nueva York para poneros bálsamos ineficaces
en unas heridas que llevaban demasiado tiempo abiertas. Fue inútil.
Te mostraste lacrimoso y muy pesado durante todo el tiempo que estuviste
deambulando mecánicamente a su lado por las interminables calles de Manhattan.
Sólo hablabas de ti y de la gran putada que te habían hecho al desmontar tu
programa y despedirte de forma tan grosera de la televisión oficial a la que,
según tú, tanto habías aportado y tanto te debía. Como era habitual en ti,
apenas te interesaste por su experiencia periodística centroamericana. Tampoco
ella mostró un deseo especial en dártela a conocer, más que nada por tu
insistencia sobre el tema que te obsesionaba. En tu ofuscación ni siquiera llegaste a maquinar quien urdió
sibilinamente toda la trama que desembocaría en tu caída. Te diste cuenta al
cabo de unos años. No podías imaginar que fuera Elías quien manipuló hábilmente
los resortes. No te convencieron sus negativas ni sus llamadas a la fidelidad y
a la camaradería. Es cierto que nunca pretendió ocupar tu puesto pero para él eras
demasiado molesto. Tus malditas e injustificadas órdenes le sacaban de quicio.
Eras como una china en su zapato de la que se dolía con cada paso que daba.
Hizo un planteamiento simple que tardaste tiempo en detectar: o él o tú. Y ganó
él, fue mucho más hábil de lo que habías imaginado. Creíste que Elías era un
espíritu puro, carente de ambiciones, hecho para ser mandado, segundón
vocacional. Cuando quedó libre montó los guiones a su modo y estilo. El
programa no sólo no bajó, sino que además ganó audiencia. Los de arriba se
sintieron doblemente satisfechos; por un lado habían acabado contigo y por
otro, los contenidos estaban ahora en perfecta sintonía con los mandos. La
nueva conductora del debate era lo suficientemente lista y ambiciosa, y
sobretodo lo necesariamente eficaz, para que tu imagen cayese en el olvido casi
de modo fulminante. Los controles de audiencia volvieron a subir situando al
programa en sus niveles más altos. Así fueron las cosas una vez más para tú
desesperación, todo debe de cambiar para que todo permanezca.
Un tiempo después de tu caída y del abandono de Lucía supiste, para
colmo de tu desdicha, que Elías había ocupado tu sitio en el corazón de tu
exmujer. ¿Cómo fuiste tan poco suspicaz para no haberlo intuido? Nunca llegaste
a entender aquella historia. Elías era un reconocido misántropo sin apenas
relaciones personales. Era, desde luego, bueno en su trabajo, cumplía y sacaba
adelante todos los programa, pero era un triste con el que difícilmente se
podía mantener una conversación interesante sin que él la derivara por temas
tan grises como carentes de interés. Era tu polo opuesto. ¿Tanto había llegado
a cambiar Lucía? No eras consciente (sigues sin serlo) de lo que cada mujer
busca en cada hombre. Los esquemas son distintos. Unos se mueven por parámetros
que tienen más que ver con la estética y el sometimiento mientras las otras se
aturden con los falsos vahos que exhala el amor efímero, aferrándose a
voluntades que forjen sutilmente una inestable seguridad.
No pudiste ni siquiera imaginar en vuestro errante deambular por
Manhattan que su corazón, su mente y su proyecto habían quedado completamente
fuera de tu alcance, desde hacía demasiado tiempo.
Reservaste una espléndida habitación en uno de los mejores hoteles de la
ciudad ignorando que, desde hacía tiempo, ella había acostumbrado a relajar su
cuerpo sobre las incómodas colchonetas de
posadas nicaragüenses de mala muerte donde, por lo menos, se sentía
libre de ataduras, de tus ataduras.
Allí conoció gente de muy distinta procedencia. No hubieses dado crédito a tus
oídos si te hubiese contado al detalle todas las vivencias que tuvo, los
insólitos lugares que visitó, las miserias indígenas, el hambre en estado puro,
las necesidades acuciantes, las motivaciones de la guerrilla, la fe ciega en
las causas, el miedo a la guerra, la dignidad de los pueblos y los hombres, los
otros hombres, los hombre nuevos, tan
distintos a los que formaron su círculo del pasado, tan puros, tan
maravillosamente locos y tan salvajes y tiernos en la cama. Gozó con ellos,
gozó de ellos y en sus brazos sintió desvanecerse, por primera vez , el miedo
intenso de sus vacíos crónicos.
Sólo dos coitos en Manhattan completamente exentos de amor. En el
primero el deseo acumulado salvó el compromiso. En el segundo la pasión mínima
quedó disuelta en su misma inapetencia. Tumbados boca arriba, parcialmente
cubiertos por las sábanas y en silencio, cada uno fumó su propio su cigarrillo.
Ya no había nada que compartir, ni siquiera el humo. Son, efectivamente, los
pequeños detalles los que determinan el fin. Tampoco supiste, cuando ella pasó
al baño a asearse, que sobre el bidé dejó caer las últimas lágrimas que derramaría
por ti; no fueron las más sentidas pero sí, desde luego, las más ácidas.
La última comida en un pequeño restaurante de Little Italy resultó tediosa. El servicio te pareció demasiado
lento para un diálogo entre ambos excesivamente parco. Pasta, chianti y café espeso. Ya no teníais
casi nada de qué hablar. Su avión partía dos horas antes que el tuyo. La
despedida en el Kennedy (tu a Madrid,
ella a Nicaragua) fue tan fría por su parte que apenas rozó tu mejilla con sus
labios. Quisiste decirle algo especial en aquel adiós pero en ese crucial
instante nada se te vino a la mente. Intentaste reconducir un conflicto
insoluble pero tampoco supiste, exactamente, qué quedaba por hacer. Hubieras
dado lo mejor de ti mismo por un poco de calor en su palabra, un poco de
ternura en su mirada, algo de afecto en su abrazo. Te frenó su distancia. Y una
vez más quedaste paralizado, como cuando la lejana noche de los caballos locos
quisiste tomar en marcha el metro que la alejaba de ti.
Continuará...
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